Por Rafael Saralegui
Revisar las fojas de la investigación de la causa del atentado contra la sede de la AMIA, donde murieron 85 personas, es un viaje en el tiempo, cargado de impotencia y frustración. Buena parte de las declaraciones -escaneadas en formato digital- fueron tomadas con simples máquinas de escribir y al pie aparecen las firmas de funcionarios policiales que luego fueron acusados de haber sido parte de la trama de encubrimiento del peor ataque terrorista de la historia argentina.
Buena parte de la causa se derrumbó cuando en un juicio oral se probó que el reducidor de coches robados Carlos Telleldín había cobrado 400 mil dólares aportados por la SIDE -durante la presidencia de Menem- para acusar falsamente a un grupo de policías bonaerenses como miembros de la supuesta conexión local, que facilitaron la realización del ataque a terroristas iraníes. Todos esos policías resultaron absueltos.
Telleldín fue el último dueño de la camioneta Trafic que estalló cargada de explosivos frente al edificio de la calle Pasteur. La existencia de la Trafic es lo único que quedó en pie de la investigación que llevó adelante el condenado ex juez federal Juan José Galeano. De todos modos, hay quienes sostienen que los explosivos fueron colocados en un volquete de escombros en la calle o dentro inclusive del mismo edificio. De eso no existen evidencias.
Por eso se hace necesario volver a repasar los primeros testimonios, los que fueron tomados en los primeros días, en las primeras horas, cuando los recuerdos no estaban contaminados por el paso del tiempo ni por las operaciones cruzadas que se desplegaron durante tanto tiempo en el expediente.
Así en la foja 149 del primer cuerpo de la causa aparece la declaración de María Nicolasa Romero, una enfermera, que dijo haber visto segundos antes a la camioneta Trafic que luego estalló frente a la AMIA. Y dijo además que pudo ver en forma definida la cara del conductor del vehículo, a tal punto que luego realizó un dictado de rostro para que se confeccionara un identikit. Romero fue la única testigo que declaró haber visto la Trafic instantes antes de que explotara.
Romero declara el 21 de julio de 1994, tres días después del atentado. Entonces contó que vivía desde hacía 13 años en un departamento situado en el edificio de Viamonte 2247, a la vuelta del edificio de la AMIA, situado en Pasteur 633. Vivía allí junto a su marido y a su hijo Nahuel. En esos días tenía de visita en su casa a su hermana Adelina Filomena, quien residía en la ciudad de Córdoba, y que se quedaría hasta el próximo fin de semana.
La enfermera arranca su relato explicando su rutina de cada día. Dice que cada mañana lleva caminando a su hijo hasta el jardín de infantes El Gato con Zueco, situado en Venezuela y Rincón, a unas doce cuadras de su casa. Explica que todas las mañana pasan por la puerta de la sede de la AMIA y que su hijo siempre saluda a los policías que estaban en un patrullero en la puerta del edificio. Una guardia que se volvió obligatoria en todos los edificios de la comunidad tras el atentado contra la sede de la embajada de Israel, ocurrido en 1992.
El día del atentado, salió unos minutos antes de las 10 de su casa con su hermana y su hijo para llevarlo hasta el jardín. Caminaron 50 metros sobre Viamonte y doblaron por Pasteur hacia Tucumán. Esa mañana Nahuel no saludó a los policías (no se aclara si fue así porque no estaban) ya que el nene se dedicó a “corretear por la vereda”. Mientras el chico corría un poco más adelante, las dos mujeres se pararon frente a la vidriera de un negocio dedicado a la venta de ropa de mujeres y de bebés. En ese momento miró el reloj y al ver que eran las 9.55 decidió apurar el paso porque se les hacía tarde para la hora de entrada del jardín.
Las dos tomaron a Nahuel de las manos y comenzaron a caminar de prisa hacia Tucumán. Al llegar a la esquina bajaron a la calle, pero no pudieron cruzar porque venía una camioneta Trafic desde Tucumán, para doblar en Pasteur y seguir hacia el lado de Viamonte. “El rodado venía muy despacio y comienza a girar muy pegado al cordón, tan pegado que las obliga a dar un paso hacia atrás y ascender a la vereda”, consigna la declaración con un lenguaje más policial que el habla habitual de una mujer enfermera. “Que los últimos metros antes de doblar, lo hace tan despacio, que permite a la dicente observar detenidamente al vehículo y a su único tripulante”, agrega. Romero dice que la Trafic era beige, que no tenía inscripciones en el parabrisas, que tampoco tenía ventanillas en los costados y que no recuerda si tenía puertas laterales, aunque cree que no. Tampoco observó si tenía chapa patente o alguna inscripción en los costados. Romero se había quedado enojada por la maniobra del conductor. Suponía que tendría que haberles cedido el paso a dos mujeres y a un nene. La prioridad es del peatón, pensó. Por eso se lo quedó mirando, con ganas de insultarlo. Mandarle una puteada por maleducado.
“El conductor con el que se miró fijamente a no menos de 30 centímetros, no tenía más de 30 años, sin bigotes, sin barba, sin anteojos; tez moreno (la dicente lo describe como “morochito”), daba la apariencia de ser delgado, de ojos muy negros, que cuando se miraron fijamente no le dio la impresión de nada, (simplemente que la miró sin mirarla). Su pelo era muy negro, pero cortado tipo “pinchudo” corto, vestía algo de color beige cerrado al cuello (no puede decir si era una polera o una camisa cerrada al cuello, pero sí está segura de su color). Al continuar su paso la camioneta y girar, la dicente lo siguió mirando buscando al conductor, ya que como dijo tenía ganas de insultarlo por la maniobra, pero éste no giró la cabeza, y en esas circunstancias pudo observar el lateral. Que la parte trasera de la camioneta no la miró, ya que tomó a su hijo y cruzó la calle, siempre en compañía de su hermana”, agrega la declaración. Claro pensaba que se les hacía tarde para llevar al nene al jardín. Segundos después, “sienten una fuerte explosión a sus espaldas”.
Un mozo que trabajaba en un bar situado en Tucumán y Pasteur, les grita “al piso, al piso”, y se arroja sobre los tres. Los cubre de la lluvia de escombros que vuelan durante esos segundo eternos. Romero declara que al ver hacia atrás se da cuenta del desastre y piensa que se trató de una bomba. Las dos hermanas y el nene no recibieron heridas. Y ella siguió con el plan original de llevar al pequeño al jardín de infantes. Luego volvió a su casa y al tomar conciencia de la magnitud de lo ocurrido “se puso a llorar”. En su declaración agrega que “no puede relacionar a la Trafic con la explosión, pero al escuchar que la misma fue producida por un coche bomba, comenzó a pensar bien en el momento que estuvo en Pasteur y Tucumán, no recordando el paso de algún vehículo por Pasteur antes de la Trafic, ni recuerda que otro lo haya hecho después de ella”. Y les dice a los policías que la interrogan que reconocería el rostro del conductor si lo volviera ver en forma personal o mediante una foto o un identikit. “Reiterando el sin lugar a dudas porque no podrá olvidar nunca la falta de expresión en sus ojos. Que es cuanto declara”.
Al día siguiente, el 22 de julio, declara Adelina Filomena Romero, la hermana de la enfermera que vio la Trafic y al conductor. Era entonces una chica de 25 años que había llegado el fin de semana anterior a visitar a la familia. Confirma que salieron diez minutos antes de la diez del departamento de Viamonte para llevar al nene al jardín. Dice, como su hermana, que al llegar a Tucumán tuvieron que frenar la marcha por el paso de un coche. No dice si es un auto o una camioneta. Asegura que vio un vehículo pero no lo identificó y luego apuraron el paso porque venía un taxi. Y después, la explosión.
La primera referencia a la existencia de una camioneta Trafic en el lugar del atentado, antes del testimonio de la enfermera, aparece apenas unas horas después del ataque, registrado a las 9.53. A fojas 11, el comisario inspector de la Policía Federal Carlos Castañeda, titular de la División Protección del Orden Constitucional (POC), avisa que a las 13.40 se comunica con personal de la Brigada de Explosivos de la fuerza que estaba trabajando en el lugar. Ya a esa hora aparecen dos datos claves: el componente usado en la bomba y el vehículo. Le informan a Castañeda que el explosivo usado fue amonal, una mezcla de amonio y aluminio de venta libre en los comercios del ramo, que probablemente “se hubiera ubicado en el interior de una camioneta del tipo Renault Trafic, dados que restos metálicos de una puerta correspondientes a este tipo de vehículo fueron hallados en las proximidades”.
En el mismo primer cuerpo de la causa, hay otro testigo que dice haber visto una camioneta Trafic sobre la calle Pasteur. Es un taxista identificado como Federico Valenzuela y Paiva, quien estaba con el coche con el que trabajaba sobre Viamonte y Pasteur. Declara haber visto una Trafic parada sobre Pasteur y otro coche, un Chevette, con un grupo de cuatro personas, entre las que había una mujer. Aseguró haber visto cómo descargaban un cajón de color verde, dice que es similar a los que se usan para transportar balas y que tenía ese conocimiento previo porque había hecho el servicio militar en la Escuela de Ingenieros de Campo de Mayo. Con el tiempo ese testimonio fue descartado. Para algunos de los abogados de las querellas de entonces era muy “fantasioso”.