En apenas una semana, el ex presidente de Brasil Lula de Silva fue llevado a declarar tras ser denunciado por ocultar su patrimonio y pasó a enfrentar un pedido de prisión por parte del Ministerio Público de San Pablo. La situación judicial en la que se encuentra Lula abre un conjunto de incógnitas a futuro no solamente para él mismo y el Partido de los Trabajadores (PT) sino también para Brasil. Más allá del aspecto legal de la causa, me interesa destacar el impacto político que tiene el tema y que no alcanza únicamente a Lula, que era uno de los ex presidentes con mayor reputación en la región, sino también a la actual jefa de Estado, Dilma Rousseff. Si Lula estaba al tanto del esquema de corrupción por el cual se lo investiga es evidente que también lo sabía Dilma.
Pero hay más. La crisis política también afecta al PT en su conjunto y a las alianzas que tenía con partidos de menor envergadura que resultaban importantes especialmente en el Congreso. Mi colega Andrés Malamud escribió un tuit días atrás en el que sostuvo que se presenta un trilema: cómo hacer para salvar a Lula, a Dilma y al PT juntos. Los más duros, consideran que Lula y el PT deberían cerrar filas y sacrificar al gobierno de Dilma, pero esta apuesta ya es vieja a partir de las noticas que vinculan a Lula con todo el aparato de corrupción. Otro opción, quizás más probable, es que Lula y Dilma acuerden a costar de dañar al PT. Esto tendría enormes consecuencias a futuro en lo que hace al sistema de partidos brasileño en donde el PT fue una pata fundamental del sistema representativo. Finalmente, está la opción de que tanto el PT como Lula paguen las consecuencias, pero es algo improbable que ellos se hundan sin hundir también a Dilma.
Mientras tanto, los líderes del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) observan la crisis y se preguntan hasta qué punto las revelaciones sobre la corrupción entre grandes empresas y el Estado no podría afectarlos a ellos también. Nadie duda acerca de que la corrupción no comenzó con el PT sino que viene de muchos años atrás. Salpicar al PSDB sería un lapidario golpe a todo el sistema de representación política que tiene Brasil. La crisis del gobierno, entonces, no sólo es negativa para ambos líderes y el PT sino para el país, tanto en su sistema político como en su dimensión internacional. En los últimos años Brasil se presentó como una potencia emergente, como un país que había crecido y alcanzado niveles de desarrollo como nunca antes. En fin, una nación que se perfilaba para tener un rol más protagónico en la escena internacional. Toda esta situación de destape de la corrupción lo que hace, justamente, es tirar por la borda esa imagen de Brasil, perjudicar su reputación y mostrar que detrás de ese discurso, y de ese activismo que supo mostrar, hay problemas estructurales que no ha podido resolver. Por un lado, enormes bolsones de corrupción pero también, y por suerte, una justicia que parece avanzar. A veces avanza muy bruscamente y hasta brutamente, como lo demostró cuando llevó a Lula a declarar, pero que al final del día puede llegar a resultados positivos o esclarecer situaciones que en definitiva mejoren la calidad de democracia que tiene el país.
Como sea, lo que sucede en Brasil no son buenas noticias para la Argentina ni el resto de la región. Mientras que el gobierno de Mauricio Macri busca tomar oxígeno externo, la crisis política brasileña y su estancada economía no son el mejor socio para destrabar las cosas, innovar políticamente o salir juntos a firmar acuerdos internacionales. Un Brasil ensimismado y retraído ciertamente tampoco es bueno para la discusión de asuntos regionales en el marco de la UNASUR. El escenario, en el corto y mediano plazo, es por demás incierto. El congreso y la justicia de Brasil serán actores protagónicos en los días por venir.
Fuente: Bastión Digital.