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La Tablada: ¿una operación de la inteligencia militar?

Por Fabián Bosoer

Aquel lunes 23 de enero de 1989, hace 25 años, se presentaba casi tan caluroso como estos días. A primera hora de esa mañana veraniega el país se sobresaltó con la noticia: un camión había embestido contra el portón de acceso del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 del Ejército, en la localidad bonaerense de La Tablada. Tras él, ingresa una caravana de vehículos.

Sus ocupantes, al grito de “¡Viva Rico! ¡Viva Seineldín!”, armados y a los tiros, se proponen copar la unidad militar.

Con el transcurso de las horas, el aparente alzamiento militar “carapintada” –uno más de los varios que ya había sufrido el gobierno de Raúl Alfonsín– mostrará ser en realidad una operación planeada y ejecutada por dirigentes y militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), organización que nucleaba a ex guerrilleros del ERP y jóvenes militantes de izquierda.

Al desconcierto y estupor inicial le sigue el baño de sangre, y casi cuarenta horas de enfrentamientos que dejarán un saldo de 47 muertos, varias decenas de heridos, dos desaparecidos, y repercusiones políticas de larga duración. En “La Tablada. A vencer o morir” (Aguilar), Felipe Celesia y Pablo Waisberg reconstruyen paso a paso los sucesos de lo que describen como “la última batalla de la guerrilla argentina”, una acción que aparecía como enajenada de la realidad, pero estaba inscripta en una trama de intereses. Los numerosos testimonios ofrecidos en libros, actuaciones judiciales e investigaciones periodísticas permiten entrever que algo se venía preparando a fuego lento.

El antecedente inmediato había sido el último levantamiento carapintada de Villa Martelli, el 2 de diciembre del ’88, encabezado por el coronel Mohammed Alí Seineldín, que provocó tres muertos y 40 heridos y estuvo plagado de desplazamientos de confusa filiación. “Era posible observar maniobras que obedecían a los diseños clásicos de la acción directa cruzada entre grupos de extrema izquierda y extrema derecha que, enfrentados sobre el terreno, tenían un enemigo en común: el gobierno democrático y sus mandos militares. Allí estaban los fermentos de lo que poco tiempo después íbamos a vivir en La Tablada”, recordará el entonces ministro de Defensa Horacio Jaunarena.

Entre quienes se negaron a reprimir aquel alzamiento carapintada estaba el entonces capitán César Milani, que había pasado por el Batallón de Inteligencia y revistaba en la Escuela Superior de Guerra.

Milani será sancionado con 8 días de arresto por ese acto de indisciplina.

Por esos días, un grupo que hasta ese momento se identificaba con la defensa de los Derechos Humanos y la democracia, el Movimiento Todos por la Patria (MTP), denunciaba que en pocos días más iba a manifestarse un nuevo episodio de desestabilización protagonizado por elementos cercanos a Seineldín, con la complicidad y el apoyo de sectores del peronismo, complotados en un intento de golpe de Estado.

Acaso el MTP actuó sin saberlo por interpósitas personas, haciéndole el juego a quienes desde uno y otro sector del Ejército –aquellos que se definían como “nacionalistas” y aquellos que eran definidos como “liberales”–, y desde los sectores allegados al candidato del justicialismo Carlos Menem, querían demostrar que “la subversión marxista” seguía siendo una amenaza. Un dato es cierto: los principales actores involucrados provenían de la inteligencia militar o tenían experiencia en materia de insurgencia y contrainsurgencia.

Además de Seineldín y Rico, el propio Enrique Gorriarán Merlo, cerebro de la operación, y los generales Francisco Gassino y Alfredo Arrillaga, al frente de la brutal represión del copamiento.

El general Martín Balza, por entonces Director de Institutos Militares, abona la hipótesis de una intervención de los servicios de inteligencia: “Hasta el día de hoy me pregunto: ¿Conocía la SIDE o el propio Ejército la probabilidad del ataque del MTP? Es difícil que lo ignorara. En caso afirmativo, y analizando la forma de la recuperación del cuartel, no descarto la intención de presentar ante la sociedad la necesidad de que las Fuerzas Armadas participaran en la Seguridad Interna ”.

Norberto Ceresole, ideólogo de Seineldín y nexo con el candidato Carlos Menem, escribirá un opúsculo (“La Tablada y la Hipótesis de guerra”, con prólogo de César Arias) en el que define los sucesos del 23-1 como “una operación ad hoc montada por servicios gubernamentales (civiles y militares) con personal reclutado, sin ningún tipo de uniformidad ideológica y con un doble objetivo: interferir en la coyuntura electoral e implementar un plan estratégico regional/continental”. Una frase del presidente Raúl Alfonsín, perplejo y absorto al momento de producirse el ataque, dejará flotando las sospechas: “Esto –repetirá– está hecho por encargo”.

“Fue un suceso –reconocerá luego Alfonsín– que asestó un golpe devastador a mi gestión y alentó a los sectores más recalcitrantes y retardatarios”.

La batalla de La Tablada será un montaje extemporáneo, una reverberación trágica, de los años ’70. Consecuencia al fin, no sólo de la polarización ideológica en la lucha por el poder, la politización de los militares y la militarización de la política, sino también, de las pretensiones de encolumnar al Ejército con uno u otro “proyecto nacional”, en lugar de fortalecer su papel profesional. Eso no atenuará la responsabilidad del grupo de jóvenes y ex militantes de la lucha armada que confundieron el compromiso político con la acción criminal y traspasaron la línea que separa la movilización política y la resistencia civil de la violencia artera y asesina.

De las piezas del rompecabezas que faltan, sería bueno saber por qué el entonces capitán César Milani, hoy jefe del Ejército, que fue a negociar con Herminio Iglesias y Aldo Rico en Semana Santa ’87, según declaró, “cumpliendo órdenes”, se negó a cumplir un año más tarde, la orden de reprimir a quienes se habían levantado contra el orden democrático en Villa Martelli.

 Fuente: Clarín.


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