Por Javier Sinay.
La semana pasada, el Consejo de la Ciudad de Filadelfia votó unánimemente para prohibir la fabricación de armas de fuego con impresoras 3D, por lo que “Philly” se convertiría en la primera ciudad en tomar la medida -que establece penas de hasta dos mil dólares para los infractores- si el acalde Michael Nutter la firma antes de fin de año. La medida es preventiva: el autor del proyecto de ley, el legislador Kenyatta Johnson, no tiene conocimiento de que ninguna de las impresoras 3D locales haya sacado un arma de fuego de la impresión. “Es todo por anticipado”, dijo Johnson. “La ley se basa en la preocupación que tenemos por los planos de armas que circulan libremente en Internet”.
Las impresoras 3D son máquinas que crean piezas en volumen, a partir de un diseño de computadora. Se usan en arquitectura y diseño industrial, y también en la fabricación de prótesis médicas. Hay dos modelos comerciales: de compactación, en las que una masa de polvo se compacta por estratos; y de adición, o de inyección de polímeros, en las que el propio material se añade por capas. Una vez impresas todas las capas, se obtiene la pieza y se la limpia del polvo sobrante, que se reutiliza en futuras impresiones.
La ley de Filadelfia trajo algo de polémica en los Estados Unidos. En un medio local –Philymag.com-, el periodista Nick Vadala escribió: “el costo promedio de una impresora 3D va de los 1.500 dólares a los 8.000, más el costo de los materiales de impresión. En cambio, una pistola promedio podría costar tan poco como 300 dólares o menos, incluso en el mercado negro. Una pistola zip [una suerte de “tumbera” diseñada para disparar un solo proyectil] es libre o casi, y cualquier persona con habilidades mecánicas puede hacer una. Las bombas, como las utilizadas recientemente en el atentado de Boston, son totalmente caseras, con frecuencia, y construidas con materiales legales. Así que, en realidad, una impresora 3D no es exactamente la mejor opción para hacer el mal en estos momentos”.
En nuestro país hay alrededor de quinientas impresoras digitales y no hay ningún arma 3D registrada en el RENAR. A mediados de este año se inauguró un bar dedicado a estas máquinas, el 3D Lab Fab Café, cuyo fundador, Rodrigo Pérez Weiss, desinfla las alertas por las armas 3D: “cualquier mecánico podría hacer una pistola, en una máquina CNC o cortadora laser. El tema ahora es que alguien subió los planos de las pistolas de manera gratuita a Internet: esa es la única diferencia o novedad”. Weiss dice que tiene diez impresoras y confiesa: “yo podría hacer pistolas”. Pero la idea no le atrae. En cambio, asegura que las verdaderas posibilidades de las impresoras pasan por los trabajos para maquetas y prototipos. “Estas máquinas existen desde 1984 y siempre han sido fabulosas”, concluye.