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El valor de la vida

Por Mario Toer*

Por Mario Toer * En la ofensiva mediática permanente contra los gobiernos de la región que intentan generar bases para una redistribución del ingreso y ampliación de derechos, la rotación de temas suele ir variando según los flancos que algunos sucesos o percances generan en el acontecer que transcurre en los escenarios que esos mismos medios informan y sostienen. Es sabido también que, con diversa intensidad, los grandes temas con los que se atiende a esta tarea de demolición son tres: la seguridad, la corrupción y la inflación… Entre nosotros, una vez que la política gubernamental consigue ponerse a la cabeza en la lucha contra la suba de los precios, la ofensiva mediática se desplaza y retoma la monserga de la seguridad. Lo hace con confianza y desparpajo, ya que sabe que es un terreno muy preparado por décadas de incesante suministro de material balanceado para que la propia demanda suponga un cierto reclamo de más de lo mismo. Vastos recursos económicos y fluidos empalmes internacionales sustentan el devenir de noticias, comentarios, películas, series, juegos y otros consumos similares que nutren la gigante escudilla cotidiana. Hemos comenzado a desnudar estas falacias, pero aún es difícil competir con TN. El Gobierno también ha dado pasos más consistentes en el complejo camino de elaborar, encarar y sostener políticas que consoliden cursos de acción que, junto a desmontar la base de sustentación del delito, alivien las consecuencias que sufren las mayorías ante estas inequidades. Pero está visto que todavía hay mucho que recorrer. Es tan serio el problema que hasta podría decirse que puede devenir en nuestro talón de Aquiles. Las razones son de diversa índole. Una que no es menor, y de la que poco se habla, tiene que ver con la presencia de una corriente de pensamiento, que en buena parte confluye en el oficialismo, presente al interior de algunas franjas de la llamada progresía, que tiene una seria dificultad para separar conceptualmente lo que es aquello que nutre la desigualdad y que motoriza el delito, de las medidas que deben atenderse para prevenir y disuadir su consumación en tiempo presente. Está visto que no basta con proclamar que lo decisivo es lo primero. Los operadores de la reacción se regodean con esta confusión, la alientan y promueven que quienes sufren cotidianamente el despojo o la violencia se limiten a reclamar medidas que castiguen y desalienten lo que no es más que un doloroso emergente y vean en el Gobierno una instancia vacilante y condescendiente con la delincuencia. Consiguen de esta manera reforzar en buena parte de la población, justamente preocupada por un deterioro en los códigos de la convivencia social, la persistencia de una polarización sin sentido. En este marco resulta imprescindible superar el timorato candor de los sectores que, sin quererlo, parecieran alentar la parálisis. No hacerlo facilita que, de apuro, se concluya bailando al ritmo del otro, tomando como inexcusables las recetas de la derecha, con la consiguiente contrariedad, inconsecuencia y ambigüedad resultante. Es falsa la polarización entre discrecionalidad policial y “puerta giratoria”. Entre “mano dura” y garantismo. El recientemente electo presidente de El Salvador, Sánchez Cerén, lo ha dicho de manera sencilla: “Ni mano ‘dura’ ni mano ‘blanda’, más bien una mano inteligente”. Para abordar con lucidez el tema hay que despojarse de prejuicios. Aunque pueda servir de consuelo o constituya un dato sociológico atendible, destacar que hay varias ciudades del continente que se encuentran peor no sirve de mucho. Tengámoslo en cuenta pero a sabiendas que fuera de la academia muy pocos hacen comparaciones geopolíticas. El común de las gentes se basan en la memoria familiar y recuerdan que muchos de nuestros abuelos no cerraban la puerta de calle con llave. Ante una situación con estas características, si bien resulta pertinente explicar la índole del galimatías, no queda otra, para quien está en la función pública, que afrontar las diferentes variables del caso y hacer los máximos esfuerzos para atender a un justo reclamo, que no está a la cabeza de las preocupaciones populares sólo por el uso oportunista de las campañas opositoras. Y, como es sabido, quienes más lo sufren son los que menos tienen. Es más, la perseverante y eficaz presencia del Estado, asentado en la organización popular, es también la única manera de desmontar la histeria, el paroxismo vengador que los medios vienen alimentando. Ponerse a la cabeza de la implementación de las medidas disuasivas que lleven a desalentar el delito es también la única manera de dejar sin argumentos al candidato sin escrúpulos que no ceja en aprovechar cualquier grieta en los discursos bien intencionados para su mezquino proyecto. Para ello, habrá que conseguir que los cuerpos policiales y la Justicia se conviertan en instrumentos confiables en el cumplimiento de su misión. Y sin dudarlo, nadie podrá encarar esta tarea si no se gana previamente el corazón de quienes reclaman sosiego. Ninguna de estas tareas es sencilla. ¿Pero quién puede suponer que dar vuelta esta sociedad donde “hay vidas que valen dos pesos”, como dijo la Presidenta, podía ser fácil? Por de pronto, hay que reclamarlo con energía, sin ambigüedades. No se puede permitir que la derecha se ponga a la cabeza de un justo reclamo siendo ella la principal responsable histórica en la gestación de una sociedad sin esperanza. Hay que inventar, como se hizo con los “precios cuidados”. Tenemos que procurar “calles cuidadas”, mientras atendemos a toda la cadena de desvalorización de la vida. Es una tarea y un desafío para todos. También habrá que aprender de los demás. Comparar, para descubrir por qué se puede caminar tranquilo por las calles de Estocolmo y Copenhague pero también por qué es tan agradable hacerlo por los suburbios de Hanoi, La Habana o Shanghai. Y aquel que suponga que en estos últimos casos se trata de la mera consecuencia de que allí existe educación, salud, trabajo y una elemental contención, que les dé una mirada a los códigos penales de estos países. En una de ésas puede descubrirse que lo uno no siempre entra en contradicción con lo otro (más bien, lo supone, aunque más no sea por cierto tiempo). Para continuar con nuestro proyecto de una sociedad más justa e inclusiva tenemos que trasponer la emboscada que nos tienden. La creciente tranquilidad de la población, contar con su imprescindible confianza, es la condición para seguir bregando por las tareas pendientes. Esto bien que se merece de toda nuestra concentración y el correspondiente esfuerzo. De paso sea dicho, en este terreno no sólo se decide el 2015 sino también los lustros por venir. * Profesor consulto, titular de Política Latinoamericana (UBA).

Fuene: Página 12.


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