El hermano de Claudia Servino entró en la Morgue y cuando le mostraron el cadáver de la mujer no pudo reconocerlo. “No es ella”, exclamó. Tuvo que ser su prima hermana, María Rosa, íntima amiga de la víctima, quien tuvo que completar el trámite. Claudia estaba desfigurada por los golpes en la cara que le había dado el periodista Antonio De Turris, el autor de su homicidio en la mañana del 24 de diciembre.
Claudia, 62 años, quiso escapar de la muerte a manos de su pareja, pero resbaló en un charco que se había formado en el garaje del chalet que ambos ocupaban en la localidad de Banfield, partido de Lomas de Zamora. La pérdida de una canilla hizo que Claudia se patinara con el agua. De Turris se abalanzó y la apuñaló: recibió 8 puñaladas en el pecho y 54 en la espalda, según consta en la causa.
Estaba armado con un palo de escoba y un cuchillo de mesa. Dejó de apuñalarla cuando se dobló la hoja, después de golpear con el hueso del cráneo. Pero entonces, según figura en la causa, le agarró la cabeza de los cabellos y estrelló la cara una y otra vez contra el piso de baldosas.
Claudia era una mujer bella, fina, alta, de una figura envidiable, la describe su prima María Rosa, un par de años mayor, convencida que De Turris, ex secretario de redacción del diario La Nación, la golpeó y apuñaló hasta desfigurarla, justo a ella, que trabajaba como asesora de imagen. Claudia había sido periodista, pero se dedicaba a asesorar a mujeres sobre vestimenta, estilos, y entre sus clientas estaban, por ejemplo, las esposas de embajadores y diplomáticos.
De Turris y Servino se conocieron en el cumpleaños del marido de una amiga en común, también periodista del diario La Nación. Después de la fiesta, De Turris le pidió a su amiga el teléfono de Claudia. Y aunque no estaba muy convencida, se lo dio, después de haberle pedido permiso a la pretendida. “Podemos tomar un café y ver”, razonó. Según su prima, después de ese café se volvieron inseparables. Antonio y Claudia tenían una coincidencia trágica en común: los dos habían quedado viudos de sus primeros matrimonios.
Cuando De Turris le pidió a Servino que se fuera a vivir a su casa de Banfield, Claudia llamó a su prima para contarle la novedad. Estaba contenta porque se había vuelto a enamorar. “Ella lo amaba profundamente”, ratifica María Rosa. Cuando De Turris fue internado hace unos meses por un tumor cerebral, Claudia le escribía a su prima para contarle cómo evolucionaba y lo preocupada que estaba.
En los últimos meses, la casa de Banfield se convirtió en un infierno. La hija mayor de De Turris tenía una muy mala relación con Claudia y sus amigas dicen que las discusiones eran por dinero. Servino siempre había vivido de su trabajo, pero De Turris se había convertido en un hombre controlador y celoso, muy alejado de la imagen del tipo culto e inteligente que la había cautivado.
Periodista de La Nación durante años, seguía vinculado con el diario a través de la Maestría de Periodismo donde daba clases, y publicaba notas de opinión con cierta regularidad. También tuvo un programa en la televisión por cable con Ismael Bermúdez, columnista del diario Clarín y Radio Mitre. Quizás por esos vínculos y su condición de periodista es que el crimen no se convirtió en “un caso” para la mayor parte de los medios.
Para el abogado de la familia de Claudia, Pedro Cruz, De Turris tenía el perfil de un femicida ya que había sometido a Claudia a una vida de sojuzgamiento, a punto de ir acotando sus posibilidades de trabajo y cerrando su círculo de amistades.
El ataque se produjo a las 6.30 del 24. La hija del periodista corrió hasta la casa de su tía que vive en la calle de enfrente. La mujer llegó cuando De Turris todavía no había matado a la mujer. Lo increpó y le dijo a Claudia que corriera, pero ella se resbaló y el hombre comenzó su faena. Las últimas puñaladas las aplicó despacio, casi como si disfrutara, dijo la mujer que recuerda el rictus extraño de la cara del homicida.
Después del crimen, De Turris se encerró en su dormitorio, donde se realizó unos cortes en el cuello, que no habrían puesto en riesgo su vida. De todos modos, primero fue internado en el hospital Gandulfo, Lomas de Zamora, y luego fue trasladado a la clínica Bazterrica, donde quedó alojado.
Al día siguiente del homicidio, la fiscal Fabiola Juanatey, se constituyó en el hospital. De Turris se negó a declarar. Está acusado de homicidio agravado por el vínculo. Su defensora oficial pidió su excarcelación, algo que debía resolverse en las próximas horas.