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El cáncer, la quita y los submarinos nucleares de Bolsonaro

Por Alejandro Bercovich

Duras como el pavimento que no es relato, dos estadísticas oficiales de esta semana ilustran lo maltrecha que deja la economía Mauricio Macri: la recesión ya es la más larga en veinte años y la inflación, la más alta en casi treinta. Los datos arrollan cualquier rapto de revisionismo histórico como el que ensayó de urgencia Marcos Peña antes de volar en Hércules para darse un último gusto personal: conocer la Antártida. Sus «ocho puntos sobre la economía», condensados en el informe de siete páginas que distribuyó su oficina en la Casa Rosada, se convirtieron de inmediato en pasto para las fieras del establishment. Los CEOs se ríen sonoramente de quien fuera hasta hace poco su mayor esperanza para desterrar del país al populismo.

Entre la desazón de los decepcionados y garrochazos como los de Marcos Galperín (Mercado Libre) o Martín Migoya (Globant), quien anteayer ofició de sonriente anfitrión a la distancia de Alberto Fernández en México, los últimos mohicanos del macrismo corporate se afirman en sus convicciones. El sincericidio antiperonista de Julian Cook, quien comparó al partido que acaba de ganar las elecciones con un «cáncer que destruye el país poco a poco», le valió discretísimas felicitaciones de dueños de grandes compañías del sector energético y de accionistas de dos bancos nacionales. Ninguno de ellos se atrevería a reproducirlas en público, pero muchos todavía piensan así. Como en los años 50.

«Fue un placer vivir en la Argentina, conocí y trabajé con muchas personas brillantes y tengo acá amigos de la vida; el país es lindísimo. Es una pena irme, pero no me quedó otra», escribió Cook en los mensajes al grupo «Empresarios por el Cambio» que reveló Francisco Olivera en La Nación. Es un spin-off del grupo «Nuestra Voz», donde impera un macrismo más ambiguo y menos emocional, y donde empezaron a ensayar el salto con garrocha apenas se conocieron los resultados de las PASO. Al fin y al cabo, negocios son negocios.

Los aviones siempre fueron una debilidad personal del todavía Presidente. Y no solo por el negocio familiar de MacAir, la base sobre la que se montó la filial local de Avianca. Apenas comenzó su gestión en la Rosada, Pablo Biró recibió una advertencia de Luis Barrionuevo a la que en ese momento no prestó demasiada atención por creer que se trataba de una canchereada más de las que abundan en el mundo sindical. El jefe de los gastronómicos llamó al de los pilotos con la excusa de una sobrina que iba a hacer un viaje importante, para ver si ese vuelo se reprogramaría por una huelga, y le anticipó al pasar que Macri intentaría privatizar Aerolíneas. «Lo conozco bien a este pibe y hablé de tu tema. Quiere privatizar Aerolíneas para que entren las low-cost. Yo le dije que espere dos años pero no sé si me hará caso», soltó.

¿Sería realmente ése el plan original, abortado luego por las protestas sindicales que levantó el desembarco de las low-cost? Otra línea del whatsapp de Cook sugiere que sí. «Lamentablemente se quedó a mitad de camino en muchos aspectos», sostuvo el británico. Y puntualizó: «No hizo una reestructuración de Aerolíneas Argentinas, que tuvo US$680 millones de pérdida en 2018».

Esta grasa que no se quita

En su viaje a México, Alberto Fernández terminó de aceptar que no logrará una quita de la deuda con el Fondo Monetario ni siquiera agitando el fantasma de Chile, como empezó a hacerlo inmediatamente después de haber sido electo. Ya se lo habían dicho Guillermo Nielsen, Matías Kulfas y Cecilia Todesca: eso jamás pasó. Pero se convenció después de reunirse en el DF con Mauricio Claver-Carone, miembro clave del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense y principal asesor de Donald Trump para la región.

«Es difícil hablar de quita porque el Fondo lo prohíbe. Lo que sí creo es que el Fondo debe asumir la responsabilidad que tuvo. Yo no quiero que los argentinos le deban más plata al Fondo. Lo que quiero es que revise lo que hizo. Y que en esa revisión nos ayude a pagar. Nosotros no queremos incumplir», dijo el presidente electo ante una de las cámaras que cubría su primer viaje después del 27 de octubre. Y detalló: «No se trata de conseguir una quita. Se trata de lograr que nos den la posibilidad de ponernos de pie, volver a producir, volver a exportar y juntar los dólares necesarios para poder pagar».

Los economistas del Frente de Todos no terminan de ponerse de acuerdo en cómo debe ser la dinámica de la renegociación. Cuando termine de definir quiénes lo acompañarán en la gestión y en qué cargos, Fernández también decidirá por dónde empezar y en qué tono. Si termina eligiendo a Nielsen o a Emmanuel Álvarez Agis, por ejemplo, se impondrán sus propuestas de renegociar sin quita con los acreedores privados un reperfilamiento rápido e indoloro para la banca. Al FMI, en cambio, se le propondrá simplemente que espere. Nielsen incluso llegó a advertir en su última gira por Wall Street que «el FMI no es acreedor privilegiado», como suelen aclarar financistas y funcionarios.

Kulfas, Miguel Pesce y Mercedes Marcó del Pont, en cambio, creen que el FMI puede convertirse en un aliado que apoye una fuerte quita para los acreedores privados. Y que la renegociación de los US$ 44.000 millones que tomó prestados Macri de Christine Lagarde puede encararse sin un Acuerdo de Facilidades Extendidas (EFF) sino con la simple firma de un nuevo StandBy que estire todos los plazos por cuatro años. «La renegociación tiene que ser simultánea y hay que apurarla si no queremos caer en default total en abril-mayo. Pero no tenemos porqué aceptar ninguna condición, salvo los típicos compromisos de ir reduciendo el déficit fiscal», dijo a este diario uno de esos economistas de consulta permanente del jefe de Estado electo. Sobre el control de cambios, por ejemplo, no aceptarán discutir. Sobre las jubilaciones, dicen, tampoco.

El ministro saliente, Hernán Lacunza, intentó sosegar la transición y hasta se ofreció para ir junto con un emisario del FdT a retomar las tratativas en Washington. Fue una gentileza, pero no hará falta que lo haga. Sin más confirmación en el cargo que haber designado preventivamente una vocera de prensa, Nielsen se cruzará hoy mismo con Alejandro Werner, el jefe para América del FMI. Será en un seminario de la Universidad de Miami, donde -según el programa- ambos disertarán sobre «cómo aprovechar las oportunidades en Latinoamérica». «No tengo conocimiento de ninguna reunión planificada en este momento, pero no hay que excluir que se crucen en los pasillos como suele ocurrir en este tipo de eventos», precisó ayer el vocero del FMI, Gerry Rice.

Marcó del Pont es la más optimista del grupo. Asegura que tanto empresas como personas con alto poder adquisitivo se dolarizaron tanto que la brecha entre el dólar oficial y el paralelo no tiene razones para aumentar ahora ni después del 10 de diciembre, dada la oferta que habrá. Martín Redrado, por su parte, prepara informes para Alberto sobre temas específicos como el uso de bonos para pago de impuestos o la compra de autos o casas. Hay mecenas empresarios que cubren los honorarios de la Fundación Capital.

Santos reactores, Batman

Lo que más atormenta al equipo de Fernández es la relación con Brasil. La decisión de Jair Bolsonaro de comprar trigo sin arancel fuera del Mercosur encendió todas las alarmas. Los ruralistas argentinos ya avisaron que no les dolería tanto una vuelta de las retenciones porcentuales -incluso móviles- como un cierre del mercado brasileño.

¿Quedará todo en patoteadas aisladas y tuits ofensivos como los de esta semana, o pasará a mayores como sugiere lo del trigo? Difícil preverlo con Bolsonaro. Menos con Lula libre, amenazando su continuidad en el poder. Para peor, en breve la Armada brasileña botará sus nuevos submarinos nucleares. Quizás sea especialmente oportuna la visita de Rafael Grossi, el nuevo jefe de la OIEA (el órgano antinuclear de la ONU), quien se verá con Alberto -ah, y con Macri- la semana próxima.

Fuente: BAE