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Eduardo Casal y Carlos Stornelli: Gracias por los servicios

Por Ricardo Ragendorfer

El 15 de febrero de 2019 fue detenido el espía polimorfo Marcelo D’Alessio al ser allanado su hogar del country Saint Thomas, en la localidad bonaerense de Canning. “¡Quiero hablar con la ministra!”, gritaba, con las manos esposadas. Se refería a Patricia Bullrich. También expresó su deseo de comunicarse con el jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas, y con el mismísimo Presidente de la Nación. El juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, lo observaba de soslayo. Y él seguía gritando. Ya se sabe que su caída arrastró al fiscal federal Carlos Stornelli, entre otros insignes personajes.

Ahora, a casi dos años de aquel día, la Cámara Federal de Mar del Plata confirmó el procesamiento de Stornelli en dos hechos: ordenar la filmación a hurtadillas del abogado José Manuel Ubeira –quien defendía a un acusado en la causa de los Cuadernos– y urdir un plan para fisgonear, además de plantarle drogas, al piloto Jorge Castañón, ex esposo de su actual pareja. Por otra parte, los camaristas le indicaron a Ramos Padilla que profundice su investigación en otras seis causas penales contra el fiscal.

Esta trama, que coincidió con el ocaso del régimen macrista, supo dejar al desnudo la metodología del Lawfare, tal como se le llama a la triple alianza entre un sector del Poder Judicial, la prensa hegemónica y ciertos agentes de inteligencia, para articular propósitos espurios.

Aún así, ya con sus hilos a la vista de la opinión pública y bajo otro gobierno, buena parte de sus recursos humanos y operativos sigue en pie, esta vez en salvaguarda de sus hacedores.

El titular –interino– de la Procuración General de la Nación, Eduardo Casal, es un ejemplo al respecto. Su protección a Stornelli da cuenta de ello. He aquí la historia de dos vidas que revolotean en las tinieblas del Estado.

Hombres de Ley

Eduardo Casal sustituyó en el Ministerio Público Fiscal, en diciembre de 2017, a la vilipendiada Alejandra Gils Carbó, un cambio a la medida de Mauricio Macri.

Durante el invierno de 1983, el interventor militar de Radio Belgrano acudía en uniforme a su oficina, decorada con un crucifijo más grande que el de Río de Janeiro. Se trataba del teniente coronel Atilio Stornelli.

Su hijo, Carlos, por entonces un estudiante de Derecho con cara perruna y sobrepeso, lo visitaba con frecuencia en la emisora. El oficial pasó a retiro una vez restaurada la democracia. Y él continuaba en la facultad. Luego, ya diplomado, fue labrándose una opaca carrera judicial en un tribunal porteño de menores.

Pero su destino dio un notable giro en razón a su primera boda; la novia resultó ser Claudia Reston, hija del general Llamil Reston, quien fuera ministro del interior de Videla y Bignone. Ella, también abogada, trabajaba en el estudio jurídico del futuro ministro Carlos Corach, quien puso a Stornelli, en 1993, al frente de la Fiscalía Federal Nº 4.

Un nombramiento que contó con el beneplácito de Carlos Menem. Seguramente ignoraba que aquel muchacho algo taciturno era propenso a morder las manos que le daban de comer. Ocho años después, hizo que al riojano le dictaran la prisión preventiva por la venta de armas a Ecuador y Croacia.

Quizás alguna vez se hayan cruzado en los pasillos de la facultad, dado que coincidieron en sus años de estudio. Aunque recién en la década siguiente el destino los enlazó en un vínculo, diríase, institucional, cuando Casal fungía de “garrote” del procurador Angel Agüero Iturbe, quien compartía un estudio jurídico con el entonces presidente. Ese funcionario, muy mal visto por sus trapisondas, fue reemplazado por otra joya del menemismo: Mariano Cavagna Martínez, al que el doctor Casal también sirvió con abnegación. Lo cierto es que él ya era allí un amanuense para las peores causas.

Una de éstas: haber favorecido en aquellos años a represores requeridos por Italia al escamotear las notificaciones de los juicios por crímenes de lesa humanidad expedidas por los magistrados de Roma. Así obtuvieron el dulce beneficio de ser condenados “en rebeldía”.

Con el correr de los años, aquel hombre cada vez más parecido a Mister Burns, el villano de la serie Los Simpson, se convirtió en parte del mobiliario de la Procuración. Nacido para chapotear en aguas servidas, su condición de burócrata con pulsiones de soplón cuajaba con tal destino.

Su salto hacia la cúspide del Ministerio Público Fiscal, en diciembre de 2017, para sustituir a la vilipendiada Alejandra Gils Carbó, fue un cambio a la medida del gobierno de Mauricio Macri. Porque el carácter provisional de su investidura tuvo en esos días un objetivo preciso: realizar el trabajo sucio, una pretendida contrarreforma del organismo, para que su reemplazante no acarree el estigma de tan ingrata tarea. Nadie entonces imaginó que Casal tendría otra virtud: perdurar hasta el presente. Y dio todos los pasos para lograrlo.

Por su parte, Stornelli también asistía a su hora más gloriosa. En dupla con el ya fallecido juez federal Claudio Bonadío, su figura brillaba –más que la de otros fiscales tan ambiciosos como él– en el armado de causas contra ex funcionarios kirchneristas, dirigentes opositores y empresarios rivales de los CEOs del macrismo. El denominado Círculo Rojo lo consideraba un genio del dibujo procesal. Pero nada fue para él de la noche a la mañana.

En este punto es necesario retroceder a fines de 2007, cuando pidió una licencia en la Procuración para ser nada menos que ministro de Seguridad en la provincia de Buenos Aires durante la gestión de Daniel Scioli. El ministro de Planificación, Julio de Vido, había influido sobre el ex motonauta para ese nombramiento. Y Stornelli se deshizo en agradecimientos. Vueltas de la vida.

Su estadía platense será siempre recordada por el gran papelón en la búsqueda de la familia Pomar, fallecida en un simple accidente vial, y a la que se tardo 24 días en encontrar al costado de una ruta.

Marcelo D

Desde un punto de vista totalizador, su gestión consistió en borrar de un plumazo la reforma policial de su predecesor, León Arslanián, restaurando así los atributos que La Bonaerense había tenido en sus peores épocas. Lo hizo con una concepción punitivista del orden urbano, mientras accedía a las más antojadizas demandas de los uniformados.

Pero eso lo llevó a una paradoja: en medio de su romance con el comisariato, solo le bastó efectuar un enroque en Prevención del Delito Automotor (una caja muy codiciada) para que los Patas Negras le declararan la guerra. Ello se tradujo en una escalada de homicidios en ocasión de –presuntos– robos, cuyos cadáveres fueron arrojados sobre su escritorio.

Stornelli entendió el mensaje. Y después de presentar su renuncia, en noviembre de 2009, retornó con premura a la Capital. Nunca más puso un pie en La Plata. Un valiente.

Su retorno a la Fiscalía fue con la frente marchita, pero pudo sobrellevar la pesadumbre que lo embargaba alternando las tareas judiciales con la rosca interna de Boca Juniors. Eso le dio sus frutos: en 2012 fue designado jefe de Estadio y Seguridad Deportiva del club. Cabe destacar que su gestión se vio embellecida por un aliado de lujo: el barrabrava Rafael Di Zeo. Claro que esa etapa también supo propiciar su acercamiento a Macri.

De modo que el arribo de éste a la Casa Rosada significó para Stornelli una época de cambios venturosos: entonces depositó todas sus energías en la epopeya purificadora del flamante oficialismo. En el aspecto personal, inició entonces su convivencia con Florencia Antonini (la ex del piloto Castañón) y pudo colocar a su hijo, Julián, en la AFI.

El blindaje

Al empezar la tarde del 26 de marzo de 2019, un tipo de camisa a cuadros y gafas negras eludía en la esquina de Figueroa Alcorta y Castex a un movilero de C5N, sin dejar de caminar con pasos cortos y veloces, mientras espantaba el micrófono como si fuera una mosca. No era otro que Stornelli, quien debía estar a esa hora en la ciudad de Dolores para su indagatoria ante el juez Ramos Padilla.

En aquel mismo instante, Casal palidecía al contemplar tal escena desde el televisor de su despacho. Ya entonces se encontraba dedicado a dos misiones prioritarias: hostigar sin miramientos a la fiscal Gabriela Boquín por haber frenado las maniobras para licuar la deuda de la familia Macri con el Estado por el Correo Argentino, y mantener el manto protector sobre Stornelli al que conservaba en el cargo a pesar de sus desdichas penales.

Éste acumularía seis faltazos en Dolores, siendo declarado por tal razón “en rebeldía”, mientras continuaba con sus quehaceres judiciales con total normalidad. Eso sí: ya pesaba sobre su cabeza un sumario administrativo en el Ministerio Público Fiscal. Una sobreactuación de Casal para evitar la apertura de un jury de enjuiciamiento contra él, que lo habría dejado sin fueros y bajo prisión preventiva. En aquellas circunstancias ocurrió la debacle electoral de Juntos por el Cambio (JxC) en las PASO. Y al Procurador, un tiempista nato, le corrió un escalofrío por la espalda.

Stornelli no tuvo otra chance que presentarse ante el juez Ramos Padilla en noviembre de aquel año, saliendo de allí ya procesado en ocho causas por integrar una asociación ilícita abocada al espionaje y la extorsión.

Desde entonces supo masticar la certeza de que su único salvavidas era el traslado del expediente a un juzgado amigable de Comodoro Py. Algo ahora improbable, tras la resolución de la Cámara marplatense.

A su vez, Casal es consciente de que su etapa en la Procuración transita hacia su inminente final. Y. quizás, no sin experimentar un ramalazo de alivio.