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Alta tensión

Por Carlos Fara

Cuando uno atraviesa una situación de alta tensión, no suele dar mucho resultado la táctica del desvío de la conversación. Es muy obvio, y las contrapartes se endurecen en vez de aflojarse. Esto es lo que ha hecho el gobierno en las últimas semanas comunicacionalmente.

  1. En el medio de la crisis cambiaria lanzó una serie de spots –con un estilo testimonial que ya no es novedoso- sobre la cantidad de obras que están haciendo en distintos lugares del país.
  2. En el medio de la tensión por el voto del proyecto peronista sobre las tarifas de servicios públicos, recurrió al viejo fantasma de CFK. Eso no iba a cambiar la opinión de los senadores opositores, ni los iba a hacer reflexionar: solo pudo haber servido para llamar la atención de la mayoría social que no quiere que vuelva al poder la ex presidenta.

Estos 2 casos son una muestra de cuando alguien está desenfocado estratégicamente empieza a recurrir a viejas fórmulas (y por viejas, ya de menor posibilidad de efectividad) y no hace más que subrayar la sensación de que está en problemas. Como cuando Menem –en su etapa final de presidente desgastado- comenzó a decir que no le importaban las críticas porque él estaba hecho de quebracho y algarrobo…

En el medio de esta suerte de desconcierto es preferible pedir 5 minutos –como en el básquet- y volver al campo de juego reorganizado. Alguien podría decir que la realidad no da 5 minutos de respiro. Es verdad. Pero en todo caso es preferible frenar la pelota, calmarse, reflexionar en profundidad y retomar la iniciativa, antes que seguir cometiendo errores y seguir abonando la impresión de “no dar pie con bola”.

Por ejemplo, más allá de las cuestiones comunicacionales –que ya hemos analizado en esta columna reiteradamente- el gobierno sigue sin terminar de comprender cómo funciona la lógica de relación entre los gobernadores peronistas y sus legisladores nacionales. Ya le sucedió varias veces, y parece que las lecciones de la tortuosa reforma previsional cayeron en saco roto. Vuelve a apelar “los jefes” de los diputados y senadores, y cuando eso no funciona, se acuerda que los que tienen que levantar la mano no son robots. Y el error no sucede solo con los ajenos: también sucede con los propios. Está claro que deben revisar esa ingeniería en profundidad.

Para colmo de males el gobierno ha decidido dar una prematura pelea por las candidaturas en cada uno de los distritos para favorecer al PRO. Resultado: el radicalismo está encabritado en todo lugar donde tiene posibilidades de triunfo en 2019. La pregunta elemental sería ¿para qué diablos hacer eso en el medio de la crisis en la que está el gobierno, con su más bajo índice de aprobación desde que asumió? ¿No convendría acaso empezar por calmar a los propios y enfocarse en generar confianza hacia adentro de Cambiemos?

Dice un viejo estratagema chino: “quien persigue 2 liebres, suele no cazar ninguna”.