En Mendoza, el abogado Mario Vadillo se quejó sobre las condiciones de seguridad, en representación de un grupo de asistentes al último show del Indio Solari –que tuvo lugar en el autódromo de la localidad de San Martín, frente a unas 100 mil personas, el último 13 de diciembre. “Han puesto en riesgo a más de 50 mil personas. Podría haber ocurrido una tragedia igual o peor que la de Cromañón. No se cuida al público”, dice. “Lo que está en juego es la seguridad de la gente”.
A diez años de la tragedia de Cromañón (que dejó 194 víctimas fatales y 1.432 heridos), algunas cosas han cambiado, pero otras no, y la causa judicial todavía continúa abierta. El caso pasó por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) número 24, pero también por las salas III y IV de la Cámara Nacional de Casación Penal, e incluso por la Corte Suprema. Hoy por hoy no hay sentencias firmes y Omar Chabán, quizás el procesado con mayor visibilidad, está muerto. En marzo, la sentencia será revisada otra vez por Casación.
Chabán falleció el 17 de noviembre de 2014, víctima de un linfoma de Hodgkin de grado cuatro –diagnosticado tarde por los médicos del Servicio Penitenciario Federal– que lo llevó a pesar 50 kilos. Chabán, que había abierto el boliche República de Cromañón en abril de 2004 con un show de Callejeros, se había hecho fuerte en la escena under del rock con otras rockerías: la iniciática Café Einstein (que albergó a Soda Stereo, Sumo y Los Twist entre 1982 y 1984), la emblemática Cemento (por donde pasó casi todo el rock nacional entre 1985 y 2004) y la tangencial y relativamente fugaz Die Schule.
República de Cromañón era la apuesta con la que Chabán quería posicionarse un escalón más abajo de estadios como Obras Sanitarias o Luna Park, pero a la vez un poco más arriba que de Cemento. “Es enorme”, decía en una entrevista que la revista Hombre publicó en mayo de 2004. “El local era una bailanta de Once: el Reventón. Así que le ganamos un espacio a la bailanta. Hay una guerra ideológica: el rock es pedagógico y la bailanta es estupidizante. Si vos sos chico y escuchás letras de rock, te apiolás”. Chabán hablaba con la convicción de un especialista. A su lado, grupos como Callejeros (pero también Los Redonditos de Ricota o Miranda) encontraron una plataforma para formarse y crecer.
“Hoy las bandas chicas casi no tocan porque nadie quiere hacer el desarrollo de esas bandas: ese lugar lo ocupaba Chabán”, dice el manager de un grupo que en 2014 tocó en el Luna Park, y que prefiere mantener su nombre en reserva. “Después de Cromañón, hay que hacer una inversión muy grande para tener un local de rock y no es sencillo hacer un show: los precios de las entradas están desfasados y la inflación crece; y el precio del dólar jode para comprar equipos de sonido. El negocio es grande y complejo”.
Después de la tragedia de Cromañón, con Omar Chabán fuera de juego, las rockerías en la mira (las inspecciones se tornaron estrictas y frecuentes luego de 2004) y los Callejeros en deriva irresoluble (a pesar de haber sido absueltos en un primer fallo del TOC 24, la apelación ante la Sala III de la Cámara de Casación Penal los envió a pasar una temporada en la cárcel entre 2012 y 2014 –aunque no todos: el cantante Patricio Santos Fontanet estuvo en un neuropsiquiátrico entre 2012 y 2013–), el cuerpo del rock se vio sacudido. “Pero no tanto en lo artístico, sino más bien en el negocio”, explica Martín Rea, jefe de Prensa de Andrés Calamaro, productor y programador de festivales para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y docente de management de rock. “Pasado un primer momento de pausa de seis meses, los locales se fueron reabriendo lentamente y el rock siguió su curso”.
Callejeros (cuyo mayor hit fue “Una nueva noche fría”, del disco “Presión”, de 2003) dio su último show el 10 de julio de 2010: el peso de la tragedia, el desgaste moral y la amenaza constante de la prisión dinamitaron la carrera de un grupo que en 2004 tenía hambre de jugar en las ligas mayores del rock. Fontanet creó después Casi Justicia Social (cuyas iniciales, CJS, abreviaban el nombre de Callejeros) junto al bajista Christian Torrejón (uno de los fundadores de Callejeros) y el 29 de septiembre de 2014 anunció que la misma banda se llamaría Don Osvaldo, en referencia a Pugliese, devenido en un ícono de buena suerte que los músicos quieren tener siempre a mano.
Los dioses del olimpo del rock barrial siguen siendo el Indio Solari y Skay (ex cantante y ex guitarrista de Los Redonditos de Ricota, respectivamente), Andrés Ciro (ex cantante de Los Piojos) y La Renga, pero mientras los Callejeros quedaban atrapados en una pesadilla sin fin, otras bandas tomaron la posta de la escena: El Bordo, La Beriso y Salta La Banca (cuyo cantante, Santiago Aysine, es un sobreviviente de Cromañón). A los líderes de estas tres bandas se los puede ver en el videoclip de “Creo”, un tema de Callejeros (incluido en “Señales”, el disco de 2006) que fue versionado al estilo de “We Are The World”, el súperhit que Stevie Wonder, Michael Jackson, Lionel Richie y Bruce Springsteen grabaron en 1985.
Sin embargo, las cosas parecen no haber cambiado tanto: “Sigue habiendo un montón de lugares que no están habilitados y en el interior del país es peor”, continúa el mismo manager. “Venimos de levantar un show en el interior porque el lugar era impresentable: cuando llegamos vimos que los cables de alta tensión pasaban por cualquier lado y no estaban bien hechas las instalaciones. Después de Cromañón, un accidente en cualquier show pequeño de 200 personas te puede arruinar la carrera: no tiene sentido arriesgarse”.
“Hasta el 30 de diciembre de 2004, en la Argentina bastaba encontrar cualquier bar con un cierto espacio para correr las mesas y montar ahí los instrumentos, los equipos y las cajas de sonido”, escribió ayer Rodrigo Maginot, cantante y compositor del grupo Ella Es Tan Cargosa, en la revista digital La Agenda (http://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/106441189875/cromanon-nos-cambio-a-todos-manigot). “Era cuestión de chamuyártelo el dueño de que podías meterle unas ochenta, noventa personas a beber algo durante un lapso de tiempo sostenido, jurarle que sería todo a un volumen decente y listo: a pegar afiches, a repartir volantes o a dejar correr el boca en boca. El tipo te dejaba la puerta y clin-caja, negocio redondo para todos. Eso se terminó luego de Cromañón”.
Diez años después de la tragedia, el circuito rockero se reduce a pocas rockerías en Buenos Aires y su área metropolitana: Vorterix, Groove, Auditorio Sur, Auditorio Oeste, La Trastienda y Mandarine Park. “Más allá de eso, te podés encontrar con cualquier cosa: no es fácil hacer las cosas cuando uno quiere hacerlas bien”, dice el manager. “Aparte nadie desde la política apoya el rock. Al rock sólo se le pide favores o se lo usa para hacer campaña”.
“Hoy la reglamentación tiene demasiados grises y eso deja lugar a arbitrariedades”, explica Martín Rea. “Siento que se exagera un poco con los controles, pero es cierto que lo que pasó iba a tener una repercusión en ese campo. Así como fueron presos Chabán y los músicos, también fueron presos los inspectores, con lo cual ahora hay una idea real de que el tipo que firma una habilitación sabe que puede ir preso”.
Y si bien las bengalas se apagaron, hubo una última que causó la muerte de Miguel Ramírez en un show de La Renga, el 30 de abril de 2011, en La Plata. El Indio Solari –una megaestrella silenciosa que se presenta una o dos veces por año y que en cada show convoca a un promedio de 80 mil personas– dijo entonces: “Mi posición frente al juego de bengalas en los conciertos al aire libre siempre se sostuvo en entender que si esos fuegos de artificio se entendían como de extrema peligrosidad aún fuera de los locales cerrados, lo correcto y conveniente sería la prohibición de su venta al público y no el traslado del deber policial a los organizadores de los eventos. El control en éstas reuniones multitudinarias se hace prácticamente imposible por el hecho de que el público no concurre al estadio sino hasta un momento cercano al inicio del show y en tan corto tiempo, entonces, se torna muy difícil el revisar exhaustivamente a los concurrentes”.
“Ahora ya nadie prende bengalas pero hay otras cosas que funcionan mal: seguimos haciendo pogo y mosh, y algún día alguien se va a lastimar mucho”, explica el manager. El pogo (en el que los asistentes de un show bailan empujándose) y el mosh (en el que se echan al público desde el escenario, como si saltaran a una pileta) está prohibido en varios países de Europa. “Pero de vuelta: ¿cuál es la banda que va a pedir que no se haga mosh? Mariano Martínez, guitarrista y cantante de Attaque 77, pidió hace poco que no se hiciera mosh y toda la gente del público le dijo que era un careta. Cuando hay 50 personas, una bengala se ve bien; cuando hay tres mil en un lugar cerrado, ya no… y pasa a ser algo que no podés parar. En el rock, las bandas quedan expuestas y son víctimas de la sociedad”.