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El profesor Arnaldo Ríos, ¿otra víctima de un taxiboy?

Guardia periodística frente a la casa de Ríos.

Por Javier Sinay.

Si algo queda claro en el crimen de Arnaldo Ríos, el profesor de historia de 48 años asesinado en la noche del miércoles 24 de octubre, es que la hipótesis de que el homicida sea un taxiboy fue la primera que se barajó. El cuerpo de Ríos fue hallado en su departamento, atado de pies y manos, golpeado en la cabeza y apuñalado. Un gran desorden lo rodeaba. Pero recién el lunes siguiente a la matanza, advertidos por los compañeros de Ríos acerca de su ausencia, una partida de policías que llegó hasta el departamento –en el 1198 de la calle Jean Jaures- escuchó que la radio estaba encendida a todo volumen y sin embargo nadie contestaba cuando tocaban el timbre. Cuando echaron la puerta abajo encontraron muerto a Ríos.

Según revelaron fuentes policiales, los accesos a la casa no habían sido forzados. El análisis de las cámaras de seguridad de los comercios cercanos es ahora una prioridad, porque si bien el edificio también posee las suyas, éstas no graban imágenes.

Si se confirma que el crimen del profesor Arnaldo Ríos fue obra de un taxiboy asesino, entonces pasaría a integrar una larga lista en los anales de la delincuencia argentina. En el discurso de género hay un término claro para referirse a los asesinatos relacionados con la orientación sexual: son “crímenes de odio”.

“Para ser taxiboy hay que ser distinto”, explica el médico psiquiatra Hugo Marietán a Crimen y Razón. “Un taxiboy tiene que ejercitar su sexualidad a pedido, con la condición de que tiene que tener algunos componentes homosexuales, porque de lo contrario no podría hacer su trabajo. Algunos de ellos realmente disfrutan de su trabajo y tienen sus clientes, que pueden ser fijos. Otros, que también son homosexuales aunque no se reconocen como tales, persiguen el dinero y ven con resentimiento a los homosexuales pasivos, a sus clientes”.

En América Latina, Brasil y México ostentan hasta 800 “crímenes de odio” por año y ocupan los primeros lugares de su triste ranking. En Argentina, en cambio, no hay estadísticas claras. “Hay muchos casos, pero son invisibilizados y eso repercute en la falta de políticas públicas”, consideraba el secretario y coordinador del área jurídica de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), Pedro Paradiso Sotile, ante Crimen y Razón un año atrás, cuando el ex espía chileno Enrique Arancibia Clavel fue asesinado en su casa del barrio porteño de Tribunales por un taxiboy de 20 años. Y contaba que la CHA recibe unas mil quinientas denuncias de conflictos por año. “El silencio se debe a que los medios o la policía vende estos casos como otra cosa”, seguía, “o incluso la propia familia puede ocultar la condición de su víctima”.

El criminalista Raúl Torre y el psiquiatra forense Osvaldo Raffo, en el capítulo “Los asesinos de gays”, del libro “Homicidios Seriales” dicen que los homosexuales que no tienen una pareja estable, que son solitarios, que tienen cierta edad y que cuentan con una buena economía, corren riesgo cuando llevan gente nueva para intimar a su casa. Y la perfiladora criminal María Laura Quiñones Urquiza agrega: “En estos casos cobra vital importancia la victimilogía; es decir, el perfil de la víctima, aparte del tiempo que el criminal se toma en el lugar del hecho y los componentes sexuales sádicos que se sintetiza en el cuerpo de la víctima. Son de los homicidios donde el criminal se expresa con mayor violencia. La mayoría de las veces hay resentimiento, como si actuaran movilizados no sólo por el lucro si no también por un exceso de ira contenida y mezclada con una venganza desplazada”.

Algunos crímenes que se dieron bajo estas reglas causaron una rápida impresión en la opinión pública. El de Luis Emilio Mitre –el hermano del director de La Nación- ocurrió en enero de 2006. Mitre fue hallado sin vida en su departamento, asfixiado con una bolsa de plástico, en medio de una casa revuelta de donde se habían llevado objetos y dinero. Como sospechoso se habló de un joven con quien Mitre habría mantenido una relación. Gustavo Lanzavecchia, el decorador de Susana Giménez arrojado a la pileta y ahogado, también murió a manos de un “amigo”, Roberto Leiva, de 29 años, que en el mes de abril fue condenado a prisión perpetua junto a un cómplice, Chena Paredes, que recibió menos pena. Eduardo Ballester, productor agropecuario de 60 años oriundo de Trenque Lauquen y miembro de la Sociedad Rural, fue asesinado en agosto de 2006 y hallado en ropa interior, con sus pies y sus manos atados a la cama. Un joven de 25 años se convirtió rápidamente en el principal sospechoso. Otro recordado caso es el de español Ángel Jiménez Hernández, jefe de finanzas de Telefónica, muerto en su lujoso departamento de Retiro, en mayo de 2006. Jiménez Hernández apareció cerca de su cama, con sus manos atadas con cinta adhesiva y tres puñaladas en el corazón. Dos jóvenes fueron detenidos a pocos meses del crimen.

“En los taxiboys delincuentes hay agresividad y ambición por el dinero”, sigue Hugo Marietán. “El taxiboy delincuente hace una conquista de dos o tres visitas para espiar el terreno y simplemente va a buscar plata. Algunos de ellos se convierten en asesinos porque acumulan resentimiento. Aglunos de ellos son psicópatas; otros son simplemente perversos. ¿Cuál es la diferencia? El psicópata es aquel que ejerce el poder y utiliza al otro como objeto, sin miramiento con respecto a las personas. Al perverso le gusta lo que hace y siempre está relacionado con lo sexual. Hay psicópatas que no tienen nada que ver con lo sexual. Y hay psicópatas que trabajan con el sexo y son perversos”.


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