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El problema de la verdad y la no dilapidación

Por Por Guido Croxatto * y Julián Axat *

El problema no es lo que uno dice. Es lo que uno calla. Y los que han sostenido con inquebrantable compromiso la política de derechos humanos no pueden, por eso mismo, quedar callados. El silencio no se admite. Pues al callar se les da lugar a aquellos que juegan con la inversión, la paradoja y la parodia. Los que callaron los vuelos de la muerte y los bebés robados en nombre de la salvación de la República, los que siguen hablando del derecho “a no saber la verdad”, los que durante muchos años no vieron la ESMA ni el Olimpo ni nada en sus propias narices (eso no se informaba, eso no era “información”), ahora denuncian la “complicidad” del Gobierno.

La paradoja resulta que quien devela el (supuesto) vínculo oculto de un general con la dictadura y cree, a su vez, en la teoría de los dos demonios, tratando a nuestros padres desaparecidos de terroristas y asesinos. Clarín cree en los dos demonios (véase “Decíamos Ayer, la prensa durante la dictadura”), como lo cree La Nación, como lo cree Jorge Lanata (véase su novela Muertos de amor). La inversión paródica: la corporación mediática denuncia complicidad, pero tiene sangre en las manos que proviene de la causa Papel Prensa.

Hay mucho silencio disfrazado de palabra. Aun cuando quien devela la trama de pruebas de verdad, eso no quiere decir que crea en ella; pues la utiliza coyunturalmente para desgastar a una política que sí ha creído en ella y ha reconocido en los hechos la lucha histórica de los organismos de DD.HH. Esa política se llevó adelante no sólo sin el apoyo, sino contra las intenciones declaradas de muchos de esos periodistas y corporaciones que no querían “volver al pasado”. Los hijos todavía encadenados no son el presente.

En la dictadura nadie actuó nunca “por azar” o por mera distracción o “distancia burocrática”. Nadie puso su firma por “azar” en ningún expediente o estuvo aislado en una patrulla perdida (y menos en las fuerzas militares). Las burocracias dejan expedientes que hablan por sí, y las firmas banales de los burócratas de ayer bien pueden hablar de crímenes que se han querido ocultar. Lo saben el juez y el historiador. Lo saben las Madres y los Hijos. Lo saben los sobrevivientes. No suele haber expedientes de “deserciones militares” con firmas colocadas con desentendimiento. Allí no suele haber firmas inocentes. La experiencia de los juicios de derechos humanos indica que en el aparato del terror, donde hay burocracia escrituraria que hace rutina de situaciones de persecución, las firmas se colocan para certificar o dar fe de situaciones falsas. Hablan de algo oculto: el Mal. Los sumarios de deserción fueron el modo de encubrir la desaparición de soldados durante el terrorismo de Estado (Véase Nunca Más, Conadep,1984, Cap II. “Víctimas conscriptos”). Pero claro, como dijo la Presidenta, es la Justicia y no la mera especulación quien tiene la última palabra.

La lucha de organismos comprometidos con la verdad y la justicia no debe ser dilapidada por una coyuntura electoral o por la cercanía con el Gobierno. Pues nadie más que los organismos de DD.HH. saben, por prepotencia de cuerpo y testarudez en la convicción, que sólo la verdad, la justicia y la memoria pueden salvar a la democracia. Este gobierno tuvo el enorme valor de apostar a esos valores y, en el fondo, sabe que seguirá el camino de los organismos. Y no se trata de un purismo, es una coherencia militante profundamente histórica. El nunca menos. La década que se ganó. No hay otro camino. Sólo uno: la verdad.

Bajo la idea de “profesionalidad de las Fuerzas Armadas” lo que queda del viejo partido militar y las logias que lo secundan, seguirán buscando el punto neutro para incidir sobre la corporación mediática para que ésta deslegitime cuadros formados o en formación en un proyecto de transformación político y latinoamericano en ciernes (¿o acaso no hay lugares dentro de las fuerzas de seguridad, servicios de inteligencia y Fuerzas Armadas que siguen defeccionados y arman operaciones de todo tipo con tal de seguir vinculados con el pasado?). Son esas logias en un pacto con las corporaciones a las que enfrenta este gobierno, y las que harán todo lo esté a su alcance para contradecir (en las apariencias) su propia ideología. Pues todos sabemos que están a favor de lo que (sospechan) hizo Milani (lo mismo que desde esas tribunas se celebraba y aún se celebra).

La reconstrucción de un sistema generacional de cuadros militares comprometidos y alineados con la idea de una patria grande tiene que nacer lejos de estas inversiones que se permite la derecha y sus corporaciones. Nacer de un origen limpio, intachable, que cumpla con los valores guía de los organismos de DD.HH. En todo caso eso es lo que indigna más la ideología de las corporaciones mediáticas; no tener excusas ni motivos para impugnar un legajo (a contrario de lo que cree la derecha, los legajos se miden por la profesionalidad y el compromiso con valores democráticos, no con el amiguismo). Si Milani no es ese cuadro porque hay sospechas de su pasado, y porque la Justicia tarde o temprano así lo entienda, habrá otros que sí cumplan las expectativas de la década por venir.

La política de DD.HH. se propuso la reparación, la reconstrucción de la ceniza. Volver a decir. Volver a poner la palabra donde había silencio para no permitir inversiones en el imaginario social. Tenemos como generación de jóvenes el enorme deber de ser claros y jugarnos con las palabras y los cuerpos. Como nuestros padres, pero a nuestra manera asumir el futuro con riesgo. Sólo de ese modo daremos continuidad y puente a la dignidad de la política hija de la memoria.

* Facultad de Derecho UBA.

** Defensor juvenil.

Fuente: Página 12.


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