| Impunidad en un pueblo rural

Marilina Tolón, violada por una manada, nunca encontró justicia

Marilina Tolón tenía 25 años cuando fue violada por cuatro hombres. La Justicia nunca encontró a los culpables. Ella murió 17 años después, el mismo día del ataque.

 

Marilina Tolón

Marilina Tolón tenía 25 años cuando fue violada.

Nunca tendrán la comodidad de nuestro silencio otra vez.

El silencio mata. Nunca más calladas. Siempre juntas.

Justicia por Marilina Tolón

Mirácomonosponemos#

 

Por Yanina Ceminari* y Diana Rechach**

El 13 de octubre de 2001 a Marilina Tolón la violaron cuatro hombres en la localidad de Puan, un pequeño pueblo rural situado en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Murió el 13 de octubre de 2018, exactamente 17 años después del ataque, es decir, el mismo día de un nuevo aniversario de la violación por parte de “una manada”.

El hecho que la prensa dio a conocer como el “caso La Manada” ocurrió en España en 2016, cuando una joven madrileña de 18 años fue violada por cinco hombres que la atacaron durante la Fiesta de San Fermín, el patrono de la ciudad de Pamplona. Este año, fueron condenados a la breve pena de 9 años de prisión.

A Marilina la violaron cuatro hombres y hubo espectadores, voyeurs de la sesión de tortura a la que la sometieron cuando hacía un mes que había cumplido 25 años.

La causa “Tolón Marilina Mabel: denuncia abuso sexual” (causa N°36996) se inició poco después, el mismo año, y en ese momento el psicólogo Enrique Jorge Borgarelli sostuvo que “no hay indicios de fabulación” y que su “estabilidad emocional” se encontraba “muy controlada por inhibición”.

Puso énfasis en señalar que “se muestra muy atemorizada por eventuales represalias por parte de los denunciados”. Desde el inicio del caso, estuvo presente el abuso de poder, también manifestado en las posteriores amenazas que sufrieron lxs periodistas locales que cubrieron el caso. Aquí interesa desarmar la trama de silencio.

La víctima habló y la Justicia calló

Marilina pudo hablar y hacer la denuncia, pero en la causa no hubo imputados. Los cuatro hombres que Marilina denunció fueron resguardados por pertenecer a familias “de apellido” del pueblo, con poder.

El cuerpo lo puso Marilina y la cofradía machista violó y silenció. Además, avergonzó e hizo sentir a Marilina que tenía que guardar el abuso como un secreto: su padre no tenía que saberlo, porque ella temía que los fuera a matar. Lo que no pudo dimensionar fue que ese silencio la fue envenenando. Su cuerpo comenzó a deteriorarse de silencio, de injusticia y Marilina murió en un geriátrico, a los 40 años.

La fratría cruel en la narrativa patriarcal

¿Cuántas manadas hubo a lo largo de nuestra historia, como colectivo de mujeres? ¿Hasta dónde fue capaz el patriarcado de naturalizar un delito tan aberrante como una violación en manada?

En 1986, se emitía por la televisión pública, una novela en la que la protagonista (una joven analfabeta de una provincia del Litoral) era violada por varios hombres, amigos entre sí. Éramos niñas cuando se emitía esa novela, y una de nosotras vio los primeros capítulos y fue tal el miedo que le generó, que jamás la continuó. Sin embargo, nunca se le borró el nombre de la protagonista, “Némesis Paiva” (Luisa Kuliok), que era violada por el protagonista (Raúl Taibo), un hombre de clase acomodada que la ultrajaba en el mismo rancho donde ella vivía, con la participación de sus amigos.

El caso Marilina se difundió en medios nacionales, días después de la sentencia “disciplinante” del femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata, también abusada y sin respuesta por parte de la Justicia. También aparece el recuerdo de la violación de una nena de 13 años en Tandil, hace dos años. Uno de los victimarios había tenido previamente relaciones sexuales con ella. En una fiesta privada fue abusada y luego aparece atropellada en la ruta, sin que hasta el momento haya datos certeros sobre qué ocurrió porque ella nunca pudo declarar.

Todo este doloroso proceso, analizado en clave de género, visibiliza algunas de las estructuras con las que este patriarcado feroz nos condiciona a las mujeres. Sí feroz, como el cuento de Caperucita. Hay estructuras de narración, que padecimos quienes tenemos cierta edad. Estructuras de las novelas de la tarde, estructuras de la narración de un cuento infantil y podríamos nombrar tantas otras. Son estructurantes porque proponen versiones del amor, de lo femenino, de lo masculino, del éxito y del fracaso, de lo abusivo y de lo consentido.

La telenovela se llamaba “Venganza de Mujer” y ¿cuál fue su final “formativo”? La protagonista -que había quedado embarazada como resultado de la violación- se abraza con su violador y progenitor de su hija. El final “feliz” no termina ahí, la protagonista dice que no intentará más venganzas porque ahora todo ese dolor, se transformó en amor. ¿Dimensionamos la apología? Como si no fuera suficiente, se agrega otro condimento: a uno de los violadores se lo ve redimido, convertido en sacerdote (o podríamos sospechar que fortalecido en su rol de abusador).

Si en lugar de ser una niña, quien veía la telenovela era una adolescente o una mujer adulta, probablemente no le hubiera generado repulsión porque la estructura machista y patriarcal ya la habría disciplinando.

Yo te creo hermana

El patriarcado se sostuvo indeclinablemente, a través de dos vías: por un lado, con mensajes que bastardean la inocencia de una niña o adolescente y también intentan anular nuestra libertad y derechos como mujeres; y por otro lado, con el despliegue de una cultura que hizo (y hace) apología de los delitos contra las mujeres. El patriarcado se hizo fuerte avergonzando a la víctima y re-victimizándola (haciéndole creer que “tuvo algo que ver”).

Hoy estamos tirando ese patriarcado y lo que más le duele es que nos tengamos, creamos en nuestra palabra, y nos abracemos. Cuando decimos “yo te creo hermana” nos hacemos más fuertes. Y esa potencia de la voz colectiva recién empieza. La denuncia del abuso que sufrió Thelma Fardín a sus 16 años por parte de Juan Darthes instaló el tema del abuso en la escena pública nuevamente y quienes acompañaron a la actriz, quienes la sostuvieron y abrazaron fueron otras mujeres, reunidas en el Colectivo de Actrices Argentinas.

Hoy, al abuso y a la violación los nombramos como lo que son: delitos. No son un secreto a ser guardado por la víctima, ni una situación que avergüence a quien la sufrió. Marilina nos muestra que el costo de callar es alto: la propia vida.

Pueblo chico, secretos grandes

En el final de cualquier novela de la tarde, la protagonista -aunque haya sufrido las peores atrocidades- se queda con quien fue su “primer hombre”, con quien tuvo su primera relación sexual. Marilina, tuvo un novio que consideró que ella le pertenecía, que era su propiedad y tenía que volver a aceptarlo en su vida. Ante la negativa de regresar, él la comenzó a acosar.

Hasta la madrugada en que la siguió a la salida del boliche y la llevó a una casa donde estaba esperando el resto de la manada. Su ex novio fue el primero en violarla, luego siguieron los demás.   

Las autoras de la nota crecimos en pueblos pequeños y nos preguntamos cuántas personas fueron testigos de esa violencia previa, expresada en la insistencia de volver a ser pareja y no dejarla elegir en libertad qué hacer con su vida. ¿Por qué se naturaliza la insistencia, la persecución y el hostigamiento constante hacia su ex novia?  

Marilina vivió este acoso en soledad y él, bajo el amparo del patriarcado. Y no sólo el acoso, también su violación, porque el abuso en un pueblo se vive en soledad. Se vive con el temor de “que nadie se entere” o “que no se entere la gente que me quiere”. El resultado es el mismo: la víctima queda amurallada en la más absoluta soledad.

De los pueblos generalmente se valora que nadie es anónimo y se afirma con orgullo que “nos conocemos todos”. La identidad se construye a través de la mirada del otro y en los pueblos esa mirada tiene ciertas particularidades que nos interesa desarmar. La más limitante es el peso sobrevalorado del “qué dirán”, porque en una situación de abuso se piensa en “Qué dirán de mí”, “qué dirán de las personas a las que quiero”.

Extrañamente, esa mirada objetaliza y estigmatiza a la víctima, no al abusador (o a los abusadores, como en el caso de Marilina). La mirada descalificatoria cae en la víctima, no en los abusadores. Menos aún, si cuentan con alguna estructura de poder que los proteja y son “hijos de”, o los “nenes bien” del pueblo, o profesionales.

El pueblo marca a la víctima, la estigmatiza, la asfixia con el “qué dirán”. Marilina dejó su carrera como docente, se recluyó e interrumpió su vida social. Ellos, mantuvieron su poder intacto. Ellos, reafirmaron su poder, mediante el miedo.

La palabra recuperada

Hoy la Argentina encabeza la lucha feminista en el mundo y las mujeres estamos recuperando nuestros cuerpos y nuestras verdades guardadas en ellos. Entendemos que lo que durante años se llamó “secreto” era un delito y que los culpables son quienes deben cargar con la culpa y la condena.

La palabra sana, la palabra repara cuando sale del ámbito “privado” y explota en el ámbito social y comunitario porque el cuerpo de la mujer es un espacio político que no vamos a permitir que sigan objetalizando. Es una tarea colectiva y la Justicia tiene la tarea de castigar esos delitos y a los culpables.

Los 17 años de silencio e injusticia mataron a Marilina, cada centímetro de su cuerpo se fue apagando hasta morir. Marilina decidió quitarse de la vida, correrse de la vida,  en el mismo momento en que sintió que fue despojada de su capacidad de vivir 17 años atrás. Se fue apagando, dijo su madre.

Y este año no pudo callar más, no soportó las murallas internas en las que rebotaba su voz por atravesar tanto dolor de manera individual, sin encontrar justicia y sin poder encontrar el modo de sanar.

Con la muerte de Marilina se despertó un pueblo que había permanecido callado. Habló a través de su muerte. Y el poder que había tenido el silencio y el ocultamiento comenzó a resquebrajarse. Ese poder sufrió una fisura.

Su cuerpo transformado en voz, debe ser puente para la justicia, en términos de desplomar el poder local que mantuvo impunes a sus victimarios. Su cuerpo transformado en grito, dice que si ese poder no es destruído, la capacidad de vivir que le quitaron a Marilina, se la podrán quitar a quien quieran.

Estos 17 años de abuso sufrido por Marilina tienen que transformarse en voz. En la voz de quienes han callado, porque la impunidad no se construye de un día para otro entre cuatro personas, sino entre tantas y tantos que no se animaron a hablar.

* Lic. y Prof en Psicología (Universidad Nacional de La Plata). Docente e investigadora. Facultad de Psicología- UBA

** Lic. en Sociología (Universidad Nacional de La Plata). Matrícula 396 CSPBA