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La deuda, el Fondo y Brasil sugieren no apurarse a festejar la primavera

Por Alejandro Bercovich

La buena recepción de las Lecap (Letras Capitalizables), el último Frankenstein financiero del Gobierno, dibujó las primeras sonrisas de la semana en el quinto piso del Palacio de Hacienda. A nadie le importó que el interés haya superado el 50%. Luis «Toto» Caputo olvidó su pelea de hace un mes con Dujovne y también festejó en el Banco Central. No era para menos: los nuevos papelitos ayudaron a sacar de circulación ayer más de 100.000 millones de pesos que habían quedado flotando anteayer tras la renovación parcial de Lebacs, y que de otro modo habrían ido al dólar a cualquier precio. La caída de ayer del billete a menos de $39 hizo el resto.

La primavera de la City, sin embargo, contrasta con el frío de la economía real: el desplome del PBI, el repunte de la desocupación y el corte de la cadena de pagos que denunciaron ayer en el Hilton los industriales textiles de la Fundación ProTejer. Y se suma a advertencias como la que lanzó desde Wall Street el magnate Ray Dalio, para quien la crisis de los mercados emergentes todavía no terminó y para quien «todavía queda un tercio de camino hasta tocar fondo» para países como Argentina y Turquía.

Lo de Dalio, fundador del fondo Bridgewater y uno de los 100 hombres más ricos del mundo, tiene la contundencia de lo simple. Va contra todo lo que sostuvo Caputo desde que llegó con Macri primero a la Secretaría de Finanzas, luego al Ministerio homónimo y luego al Central. La idea, básicamente, es que no es lo mismo endeudarse en dólares que en pesos. La despliega en su último libro, «Un modelo para entender las grandes crisis de deuda», pero se explayó sobre el tema en una entrevista con la agencia Bloomberg. «Cuando la deuda está en moneda extranjera, como pasa en estos países que tienen mucha deuda en dólares, y de repente tienen un problema tratando de pagarla, la cosa se complica porque el dólar sube. Cuando el dólar sube y el dinero que recaudan es en moneda local, no tienen suficiente plata y entran en un espiral donde tienen que imprimir más dinero y su moneda se devalúa de vuelta», describió.

La abrupta dolarización de la deuda pública también explica la subestimación del tipo de cambio que hizo el Gobierno en su Presupuesto. Si el tipo de cambio promedio para 2019 fuera $51 como prevé el mercado en vez de $40 como dice el proyecto, las partidas para deuda pública insumirían unos 869.000 millones de pesos en vez de los 746.000 millones previstos, entre capital e intereses, para tal fin. Es decir, 123.000 millones de pesos más. Un 85% del presupuesto asignado a todas las universidades nacionales juntas.

Sopa de letras

No es nada que no hayan descubierto hace décadas heterodoxos como Marcelo Diamand. Pero no deja de sorprender que ahora se lo hagan notar al Gobierno los sectores que consideraban propios incondicionalmente. Como ayer, en una reunión a puertas cerradas con agentes de bolsa en la propia sede del Central, donde Caputo debió tolerar reproches airados. «¿Y ahora cómo hacemos para recuperar a la gente que se fue de las Lebacs al dólar después de que les licuaron los ahorros? ¿Cómo recuperamos esa confianza?», le preguntó uno de los operadores presentes. «Creen instrumentos nuevos», le respondió, visiblemente disgustado.

Esa solución -seguir engordando la sopa de letras de instrumentos financieros, especialmente en dólares- es lo que no convence a tipos como Dalio. Y tampoco a madame Lagarde. La dolarización de la deuda en los últimos tres años, además de su incremento, es lo que explica que haya pegado un salto tan brutal por la devaluación, como debió admitirlo Dujovne en el Presupuesto: de 57% a 87% delPBI. Eso nos acerca a niveles peligrosos, que el FMI considera fuera de los cánones de lo macroprudencial.

El vocero del Fondo, Gerry Rice, enterró ayer las expectativas de que el Fondo vaya a apurar los desembolsos previstos para 2019 y 2020 salteando sus reglas, usos y costumbres. Diplomático, apenas aseguró que se hicieron «importantes esfuerzos» para «concluir pronto» las conversaciones. La nada misma. Tal como se advirtió en esta columna el 31 de agosto pasado, el directorio ejecutivo jamás aprobaría un adelanto de los giros de un programa vigente sin que transcurra el «tiempo mínimo de circulación» de dos semanas para evaluarlo.

Ahora que el Gobierno pide más plata, antes de haber completado siquiera la primera revisión, se sumó una condición, según revelaron a BAE Negocios fuentes del organismo: que haya «prior actions» (acciones previas) a la ampliación del paquete de asistencia, que muestren la necesidad de un cambio en las condiciones originales y a la vez reflejen la voluntad de cumplimiento por parte del estado miembro. ¿Cuál podría ser la primera? La aprobación del Presupuesto en el Congreso. Un brote verde: en apenas tres meses, los votos opositores pasaron a valer los 20.000 millones de dólares adicionales que Macri espera obtener del FMI.

Avaricia y miedo

Lo que prima en el staff del Fondo es el miedo. Pero no es un miedo a que los argentinos «le echemos la culpa por nuestra irresponsabilidad fiscal histórica», como explicó piadoso Marcos Peña el martes, al clausurar, en su fluido inglés del Champagnat, un encuentro de consultores y think tanks del G-20. Es otro miedo. Miedo a haber metido la pata con el acuerdo que el directorio ejecutivo aprobó el 20 de junio. Y a que la metida de pata le cueste no solo prestigio, como el que le hicieron perder sus repetidos fracasos y buscaba recuperar de la mano de Macri, sino también fondos. Y peso específico en la discusión global.

El dedo en la llaga lo puso el consultor uruguayo Arturo Porzecanski, un veterano de Wall Street refugiado hace tiempo en la academia. En una carta al Financial Times opinó que el adelanto de 15.000 millones de dólares que hizo Lagarde fue «un desperdicio». Y que los directivos del FMI «son simples mortales que cometen errores demasiado seguido, como el haber creído en el optimismo desmedido de los gobernantes de Argentina acerca del interés por su moneda y bonos».

El ruido en el directorio empezó a surgir antes de esa carta, en la silla de Holanda, cuyos bancos se expusieron el año pasado más de lo que habrían querido al riesgo argentino. ¿Habrá sido por consejo de la reina Máxima, a la vez economista y amiga de la gestión Cambiemos? También expresaron malestar los directores por Francia y Alemania, que no ven con buenos ojos que Argentina pretenda tramitar la extensión del acuerdo apelando exclusivamente al apoyo de Estados Unidos, el socio mayoritario. Esas potencias estaban todas a favor de firmar el acuerdo con Argentina en junio, pero ahora no existe la misma unanimidad en torno de la idea de adelantarle los giros previstos para 2019.

¿Acaso eso quiere decir que el Fondo va a soltarle la mano a Macri? En absoluto. La pregunta que empiezan a hacerse es si ya hay la suficiente «sangre en las calles» como para que los inversores vengan a comprar activos argentinos, como dice Ray Dalio, o si el gobierno les quiere vender a los mercados otro buzón. Así como antes les decía que le quedaba mucho margen para seguir endeudándose sin riesgo de default ni de corrida, ahora promociona que lo peor de la crisis financiera ya pasó y que con la primavera soplarán nuevos vientos que terminarán por empujar la economía real. No se lo creyó ni el HSBC, cuyo CEO local, Gabriel Martino, no oculta su simpatía por Cambiemos. La casa matriz le ordenó no financiar ninguna obra pública con Participación Público-Privada (PPP) como las que le acercaron varias constructoras.

Es cierto que la devaluación hizo el ajuste pero también que falta un año duro en términos sociales y productivos. Máxime si se sigue complicando la situación enBrasil, un verdadero polvorín político a las puertas de una elección incierta. ¿Cómo afectará al real un triunfo del fascista Jair Bolsonaro en la primera vuelta? ¿Y una eventual victoria en la segunda del delfín de Lula, Fernando Haddad? Ambos inquietan al empresariado vecino.

En un país tumultuoso como Argentina, resta ver cómo se digerirá esa crisis de la economía real. Y va a empezar a verse pronto. El martes, en la cuarta huelga general que enfrentará Macri, la CGT volverá a contraer los músculos que parecían entumecidos en 2016. Ya sin ningún Moyano sentado, en el consejo directivo de Azopardo prima una cautela unánime. Ninguno de los que calientan allí una silla quiere aparecer como el responsable de haber herido de muerte a la administración Cambiemos.

A medida que se acerquen las elecciones, no obstante, los dirigentes consultados por BAE Negocios coinciden en que esa cautela empezará a despabilarse. Dependerá de cuánto deteriore la crisis las condiciones de vida de las bases sindicales. Y también, por supuesto, de que asome un candidato capaz de aglutinar a una oposición con chances. Porque al vacío nadie planea saltar. Como pasaba con los pintores en el Barroco, quizá el horror al vacío sea el último consenso que aglutina al establishment político y empresarial.

Fuente: BAE


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