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No es turbulencia: Wall Street le corre el arco a un Macri lleno de dudas

Por Alejandro Bercovich

La disparada del riesgo país ilustra elocuentemente el malhumor de los inversores. Ayer el índice que mide JP Morgan cerró en 586 puntos, un 12% por encima del viernes pasado y un récord desde septiembre de 2015. En criollo, la tasa de interés que pagaría hoy por financiarse un Nicolás Dujovne sin control de cambios ni límites al flujo de capitales golondrina y bajo la estricta tutela del staff de Lagarde es tan inaccesible como la que exigían los mercados al «soviético» Axel Kicillof cuando Daniel Scioli todavía aparecía como favorito para suceder a Cristina Kirchner.

Es todo un dato político. Así como en septiembre de 2015 descontaban un giro a la ortodoxia, ganara quien ganase, en el último mes los grandes fondos de inversión parecen haber empezado a descontar que Macri solo gobernará un año más. Y que será un año tenso, muy conflictivo, de depresión económica. Los únicos países del planeta donde la prima de riesgo crediticio es más alta que en Argentina son Venezuela, Ecuador, Líbano y Ucrania. El primero atraviesa una crisis política y humanitaria que incluye más de un millón de emigrados según la ONU. Los dos últimos acaban de ser escenario de guerras.

Es cierto que el mundo no ayuda. La soja cayó ayer otro 0,7% y terminó la rueda en 316,50 dólares por tonelada, su mínimo en 28 meses. El petróleo tocó esta semana los 76 dólares por barril, su máximo en tres años y medio. Es el cóctel más letal posible para el balance de pagos, que en el primer trimestre anotó el mayor déficit de cuenta corriente de la historia según el INDEC. Y para el Tesoro, que es tomador de precios: cobra retenciones atadas a lo primero y paga subsidios atados a lo segundo.

El catalizador de la crisis, sin embargo, fue lo desprotegida que quedó la macroeconomía tras la liberación total de los flujos de capitales de corto plazo que desataron la corrida. Y la sobrecarga de intereses que impuso el vertiginoso ciclo de endeudamiento externo iniciado apenas asumió Macri, en pos del gradualismo ahora abandonado a la fuerza. Como el grueso de esa deuda se tomó en dólares y la economía local funciona en pesos, la devaluación empujó la relación deuda pública externa/PBI de un 57% a un 65% en menos de un semestre. Demasiado cerca del 70% que el FMI considera como límite aceptable para las economías emergentes.

Bolseros

En medio de tal catarata de malas noticias y tras la rueda fatídica en la que el Merval se desplomó un 9% (que habría sido más del 10% si no rebotaban Tenaris y Petrobras por la suba del crudo), la reunión de anteayer del Consejo Directivo de la Bolsa no pudo albergar caras más largas. Varios de los operadores presentes habían caído en la trampa del ascenso a emergentes y habían recomendado comprar (y comprado ellos mismos) acciones que se desplomaron al día siguiente.

El dolor de bolsillos se entreveía en esos rostros entre ofuscados y desconcertados. El CEO del HSBC, Gabriel Martino, y el jefe de Fiat Auto, Cristiano Rattazzi, hicieron lo posible por defender el plan económico. «A mi me sirve el dólar lo mas alto posible», se sinceró Rattazzi ante un grupito de traders. «Vamos a ver a quién le vendés un auto acá con el dólar a $30», farfulló uno de ellos al retirarse, sin que lo escuchara el heredero del clan Agnelli.

Es el difícil equilibrio que advierte la economista Marina Dal Poggetto en un informe lapidario que repartió entre los clientes de su consultora EcoGo también anteayer, donde repasa todos los errores cometidos por la administración Cambiemos desde inicios de 2016, aun tras una reunificación cambiaria que reconoce exitosa. ¿Cuáles considera más graves? Haber dejado crecer la bola de nieve de Lebacs hasta que llegó a captar la mitad del ahorro nacional, con un «supermartes» de vencimientos por mes y tasas astronómicas. Haber desarmado los controles sobre el capital golondrina para que los extranjeros se subieran a esa bicicleta y financiaran los déficits. Haber cambiado en el Congreso un stock (el dinero que entró por el blanqueo de capitales) por un flujo (la «reparación histórica» para los jubilados, que encima se quedó corta y no frenó los juicios previsionales). Y haber fijado metas de inflación imposibles de cumplir, además de incompatibles con las metas fiscales y monetarias.

La bicicleta dólar-peso-tasa-dólar fue tan rentable mientras duró que los operadores que saltaron a tiempo no patalean siquiera por un derrape de acciones como el de lo que va de este año, que ya redujo a la mitad en dólares el valor de bancos locales como el Macro o el Supervielle. Lo que todavía no explicó el flamante presidente del Banco Central es si él también saltó a tiempo con los 9 millones de pesos propios que tenía invertidos en ellas hasta mediados de enero, tal como se publicó en esta columna el viernes pasado. Cuando vuelva al Congreso para defender su pliego de designación o la reforma de la Carta Orgánica que exige el Fondo, los senadores se lo preguntarán. ¿Dibujará otro emoticón en un papelito?

Señal de ajuste

Ayer, después de la nueva disparada del dólar y del riesgo país, Macri convocó a Dujovne a una reunión de urgencia con Marcos Peña en la Casa Rosada. El ministro debió suspender toda su agenda de la tarde y se recluyó a solas con el Presidente y el jefe de gabinete para trazar un nuevo plan de contingencia. Un rato antes se había publicado otro dato preocupante: la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) del Ministerio de Trabajo, que dio cuenta del peor mes para el empleo en la construcción desde abril de 2016, cuando Macri había paralizado toda la obra pública con la excusa de auditar todo lo contratado durante el año previo por el ahora preso Julio De Vido.

Lo sabía el lunes Gerardo Martínez, el menos combativo de los directivos de la CGT, que adhirió al paro nacional empujado por los 40.000 empleos que peligran por el ajuste de la obra pública. Lo saben también todos los empresarios que recibió esta semana el flamante ministro de la Producción, Dante Sica. A todos les habló de un semestre «muy duro» por delante. A todos les prometió paliativos que en Hacienda empiezan a mirar con recelo, porque inducen al mercado a detectar una nueva inconsistencia interna.

Para calmar el pánico de los financistas, los halcones reclaman al menos un ensayo general del ajuste fiscal que Peña procura mantener lejos del glosario oficial, al menos en público. Ese ensayo llegó con el despido del 40% del personal de la agencia estatal de noticias Télam que anunció Hernán Lombardi el martes. No por lo que ahorrará (como mucho, 200 millones de pesos anuales y a un costo de 600 millones en indemnizaciones) sino por la reacción que busca testear. Si pasa ese ajuste, después vendrán los de la TV Pública, Radio Nacional y otras reparticiones que la gestión siempre consideró inútiles. Y que en los hechos contribuyó a inutilizar al vaciarlas de tareas.

Los 200.000 millones de pesos anuales que debe recortar para cumplir con el FMI no saldrán de esas podas testimoniales, sino de la licuación del gasto en jubilaciones y planes sociales. Y de la liquidación del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), que el ex MetLife Juan Martín Monge Varela ya empezó a diagramar para las próximas semanas. Ese compromiso con Lagarde también encierra un obstáculo político. ¿Aceptará la oposición que se vendan así como así esas acciones, que hoy valen en dólares la mitad que hace seis meses?

Despues de todas las señales de austeridad y del sacrificio de su propio capital político que aceptó Macri ¿alguien se está ensañando con él? ¿Acaso el respaldo de los poderosos gobiernos del G-7 ya no alcanza? Nada de eso. Lo que se desató es una fuerte disputa por el excedente entre las fracciones del capital que el Gobierno ungió ganadoras de los dos últimos años: la energía y las finanzas. Con el esquema que dejó Juan José Aranguren era todo ganancia para las petroleras. Pero era insostenible social y políticamente. Con el peso sobrevaluado, la banca local seguía embolsando una porción de la renta financiera que Wall Street empezó a juzgar demasiado generosa. Y el FMI también.

Después de la devaluación, la consecuente desvalorización de bonos y acciones argentinas, el derrape adicional de estos días y la tasa al 47% anual, el banquete está servido para Wall Street, que obviamente tiene como socios a sectores del empresariado local. Los países en crisis se abaratan mucho. Y la Argentina todavía puede estar un poco más barata. Negocios son negocios.

Fuente: BAE


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