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Iñaki y Patricia en el Parque Las Heras

Por Rafael Saralegui

Iñaki tiene dos años y medio y es un nene adorable. Es obvio que no se trata de una opinión objetiva: soy su padre. Pero creo que cualquiera podría coincidir con esa valoración. Es muy simpático. Cada vez que sale a la calle se para a acariciar a los perros y saluda a todas las personas que pasan a su lado. Muchas no le contestan. Se lo pierden.

Esta mañana, cuando fuimos al supermercado, interpeló a una de las cajeras. “¡Chica, chica!”, le gritó desde el cochecito con esa voz finita, perfectamente clara y potente que le sale cuando busca concitar la atención. Cuando la mujer, que estaba en la caja de al lado, lo miró con una sonrisa, él le preguntó: “¿Puedo trabajar?”, en su tono de siempre, con el que habla todo el día. “Quedate en casa durmiendo”, le recomendó la empleada de nuestra fila. Las dos chicas no podían dejar de reírse, cuando nos íbamos cargados con nuestras bolsas.

Iñaki tiene en claro lo que significa el trabajo. Mamá y papá se van de casa todos los días porque tienen que trabajar. Afortunadamente, ambos trabajamos. Y por fortuna también, o por ganas, o porque el dinero no alcanza, tenemos varios trabajos. Iña sabe también que la señora que viene a casa a cuidarlo lo hace porque ese es su trabajo, aunque los dos se quieren y se extrañan. Y sabe que si los fines de semana no está con ella es porque está descansando.

Los sábados y domingo Iñaki tiene más tiempo para estar con mamá y papá, aunque con ella un poco menos, porque mamá da clases todos los sábados a la mañana en la Facultad.

Después de las compras, la idea era aprovechar el lindo domingo de otoño para salir a andar en bicicleta. Fermín, uno de los hermanos más grandes de Iñaki iba a llegar después del almuerzo, por lo que no era necesario andar mirando el reloj a cada rato para que no se hiciera tarde. Los otros hermanos -Jerónimo, Martín y Francisco- tenían otros planes.

Cuando fuimos a buscar la bicicleta de Yani, la mamá de Iña, estaba con las dos cubiertas desinfladas. En el garaje no la habían tratado nada bien. Le habían roto – tiempo atrás- el respaldo del asiento de Iñaki y ahora el control de daños revelaba que la lámpara delantera estaba suelta y sólo colgaba de un cable. La cuestión era ahora encontrar una bicicletería abierta que nos pudiera dar algo de aire. Pasamos por tres que tenían las puertas cerradas. “La que está en Córdoba y Julián Alvarez seguro que está abierta”, aseguró Yani con una convicción a prueba de cualquier contratiempo. Confieso que ya había perdido la fe.

“Ya nos íbamos, estábamos por cerrar”, nos dijo uno de los dos muchachos, cuando Yani les pidió si le podían inflar las ruedas. “Los domingos sólo abrimos un rato”, amplió el bicicletero, cuando despedía a un cliente que se llevaba una bici de nena, plegada, capaz un regalo de cumpleaños. “Chau chicos, gracias”, les dijo Iñaki cuando la bici de su mamá estaba en condiciones. Seguimos por esa bicisenda y terminamos en el Parque Las Heras, aunque el plan original había sido ir hasta Palermo.

En un sector del parque hay unos lindos juegos para niños, con toboganes de colores, hamacas, entre otras atracciones y piso de goma para que los chicos no se golpeen cuando se caen al suelo. En la parte de afuera de los juegos había un hombre de pelo corto, con un auricular y un equipo de radio. Entramos a los juegos y luego advertí que había otro igual de pelo corto y una radio handy colgando del bolsillo de jean. Bastante más grandote, mangas cortas, que dejaban ver algunos tatuajes. Yani se había demorado, porque no conseguía cerrar el candado de las cadena de las bicicletas. Al rato entendí porqué estaban allí esos gorilas en esa luminosa mañana de domingo. “¿Y vos qué hacés?”, preguntaba una voz de mujer. No me preguntaba a mí, sino a un nene que estaba cerca. La voz era la de Patricia Bullrich. Y la dueña de esa voz era la ministra de Seguridad de la Nación. Supuse que estaba disfrutando con sus nietos. Le conté la novedad a Yani, quien me explicó que el candado anda mal y no había podido cerrarlo. “El colmo sería que justo ahora nos roben las bicicletas”, le dije. Ya sufrí el robo de una bici, naranja, media carrera, años atrás. No deben tener alma los ladrones de bicicletas.

En los juegos de las plazas los chicos se mezclan. Existe una suerte de igualdad. Todos son iguales o casi, porque lo normal es que los chicos siempre quieren los juguetes que tienen los otros. Y no piden permiso, de una se los llevan, no tienen incorporado todavía, por suerte, el concepto de propiedad privada. Creen que todos los juguetes son suyos. Quizás por eso lo difícil de enseñarles a esa edad que los chiches son para compartir.

Cuestión que en un momento determinado Iñaki encontró una pelotita de pinpong de color verde que estaba suelta por ahí. Era de algún chico, pero nadie las había reclamado. Y andaba con la pelotita de aquí para allá, hasta que vino la hora de la devolución. “¿Se la podés devolver que es de él?”, le preguntó, le ordenó Patricia, la ministra de Seguridad de la Nación, a Iñaki, que lleva sangre vasca en sus venas, por parte de madre y de padre. Iñaki la miró a Patricia, escondida en sus anteojos de sol, dio un giro y revoleó la pelotita con todas sus fuerzas, bien lejos de la ministra, pese a nuestro pedido a Iñaki para que le devolviera el juguete al nene porque se tenía que ir. No llegué a registrar la cara de la ministra, pero confieso que me dio gracia el gesto de rebeldía de nuestro pequeño gigante.

El incidente no sería más que una simpática anécdota para relatar en las sobremesas de las domingos. Pero se me ocurre que también puede tener otras lecturas. Por un lado, la falta de sensibilidad, de empatía, de esa señora, para reclamar la pelotita de su nieto. Ni una pizca de simpatía. Quizás así pueda entenderse como bajo su mandato murieron con la intervención de fuerzas de seguridad a su mando Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, en la Patagonia, el año pasado. Otra de las lecturas es la soledad de quiénes hoy están en el Gobierno. Ninguno de los adultos que estaban en ese sector de juegos, se acercaron a hablar con la ministra, a pedirle una selfie, hacerle un comentario. En ese rincón de la ciudad Cambiemos ganó por robo en las últimas elecciones. Cuando Yani le dio la pelotita al nieto de Patricia -que tampoco se dignó en ir a buscarla- se fue caminando con sus nietos, con los gorilas detrás.

Nosotros nos fuimos pocos después. “Adiós señorita”, dijo Iñaki desde el asiento trasero de la bici a una señora rubia, que había superado largamente los sesenta. Le devolvió el saludo con una enorme sonrisa.