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¿Y si con el Fondo tampoco alcanza?

Por Alejandro Bercovich*

El recién reelecto presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi, procuró sosegar a sus colegas. «El Merval sigue más del 20% arriba en dólares que hace un año», dijo, tras diagnosticar que «hubo una fuga de fondos de afuera pero eso ya se terminó». Como ya había hecho Cristiano Rattazzi por televisión, opinó que las auditorías que haga el FMI una vez firmado un acuerdo con Argentina ayudarían al Gobierno a mostrar solidez al mundo. Coincidió en ese punto el jefe del grupo América y zar de los aeropuertos, Eduardo Eurnekian, aunque -veterano de mil batallas- también admitió que la sola reaparición del Fondo en escena ya había generado un terremoto político.

Los más contrariados por el anuncio eran el anfitrión, Miguel Acevedo, y el nuevo jefe de la Sociedad Rural, Daniel Pelegrina, según pudo reconstruir BAE Negocios por testimonios de tres de los presentes. «Llamaste a los cascos azules y todavía no tenés ninguna crisis humanitaria. Salvo que pase algo grave que no sepamos, parece una jugada un poco exagerada», opinó Acevedo. El sucesor del ahora ministro Luis Etchevehere asintió y sumó: «Por algo se lo llama prestamista de última instancia». Jorge Pablo Brito, al frente de la Asociación de Bancos (ADEBA) desde que su padre abandonó el Macro, advirtió que la supertasa de interés que fijó Federico Sturzenegger para tentar a los inversores y evitar que se fuguen al dólar no puede sostenerse más que un par de semanas. «A nosotros nos conviene la tasa alta, pero el riesgo es que se corte la cadena de pagos», dijo.

El Fondito

Nicolás Dujovne, a esa hora, todavía hacía tiempo en Washington mientras esperaba para reunirse con Christine Lagarde, quien ni siquiera estaba en la capital estadounidense anteayer, cuando el ministro aterrizó de sopetón junto a sus tres funcionarios de mayor confianza. Su reunión inicial con el argentino-mexicano Alejandro Werner, director del FMI para América, le había deparado la primera mala noticia del viaje: la única asistencia que podía ofrecer el Fondo era bajo un programa «stand-by» (SBA), reservado según la propia web del organismo a países en «crisis económica». Los elogios al plan de Mauricio Macri que virtió Lagarde al visitar Buenos Aires menos de dos meses atrás no alcanzaron para que el ente habilitara su Línea de Crédito Flexible (FCL, en inglés) ni su Línea de Liquidez Precautoria (PLL).

La segunda mala noticia es el monto. Un paquete de asistencia de u$s 30.000 millones como el que mencionó el ministro de Finanzas, Luis Caputo, equivaldría al 660% de la cuota argentina en el organismo. Según el estatuto del organismo, los stand-by «de acceso normal» habilitan a sus miembros hasta un 435% de su cuota (lo que para Argentina serían u$s 19.780 millones) por un período inicial de 12 a 24 meses, prorrogable pero solo hasta 36 meses en total. Hoy solo Irak, Jamaica y Kenia tienen vigentes acuerdos stand-by. Jamaica, el único de los tres que necesitó retirar parte del dinero, firmó por un 150% de su cuota.

Por ese límite estatutario, Dujovne informó desde Washington que el stand-by en discusión sería «de alto acceso». Es decir, por más dinero de lo que permiten las propias reglas del Fondo. Los antecedentes más recientes de créditos «de alto acceso» son tres: Grecia, que obtuvo un 1.700% de su cuota pero a cambio de una seguidilla de ajustes que la hundió en ocho años ininterrumpidos de depresión, Ucrania, que accedió a un 450% de su cuota, y México, que tiene preadjudicado un 700% de su cuota.

Que los créditos de «alto acceso» se hayan generalizado responde a que, como señaló Dujovne, el Fondo no es el mismo que hace veinte años. En relación a los flujos financieros globales, es mucho más chico. En esos 20 años, la masa de derivados financieros que se negocian en todo el planeta pasó de representar un 110% del PBI global a más de un 500%. Esa espiral borgeana de las finanzas, casi una pirámide de Madoff de escala terrestre, redujo al gendarme macroeconómico que parió la posguerra a una caricatura de lo que fue en los años 80 y 90. Su ethos original apuntaba a garantizarle a cada país miembro el acceso a un monto equivalente a su propia cuota, por entonces más que suficiente. Era el mundo en el que apenas cuatro o cinco bancos les prestaban a los países. El mundo anterior al plan Brady de 1992 y a las burbujas puntocom e inmobiliaria de las dos décadas siguientes.

Bicicleta fija

La tercera mala noticia es que el Fondo no solo impone condiciones sino, como todo prestamista, también exige una permanente y tortuosa rendición de cuentas. Un veterano negociador de Finanzas ya retirado lo explicó anoche así a este diario: «Argentina cree que el Fondo da préstamos. El Fondo cree que da programas. Hay un problema sociológico en esto. Estos muchachos no se dan cuenta de que esto no es un préstamo. No es que te lo firman, te llevás la plata y te vas».

Aunque las condiciones serán lo central, porque el FMI ya avisó en diciembre que considera que el peso debe devaluarse más, que el gasto en jubilaciones debe bajar y que la masa de empleados públicos debe reducirse, el negociador apunta al desgaste político que sufrirá indefectiblemente el Gobierno. Dujovne deberá someterse a revisiones trimestrales, metas objetivas, metas subjetivas, criterios de performance, desembolsos por tramo y varios trámites más. «Lo van a obligar a humillarse, a pedir waivers, a rezar cinco Padrenuestros, seis Ave María, a decir Sí Bwana y después van a liberar parte de la guita», agregó el exfuncionario.

Es lo que también preocupa a bancos como el gigante brasileño BTG Pactual, que avisó en un informe de anteayer que «las condiciones de un stand-by pueden restringir las intervenciones en el mercado cambiario del Banco Central o forzar reformas fiscales más rápidas, lo cual va a reducir el apoyo del Gobierno y tener costos políticos en las elecciones de 2019».

La última esperanza de los funcionarios de Hacienda para morigerar ese costo político es el apego que sienten por Argentina los dos miembros del staff del Fondo que manejarán el caso junto a Lagarde. El citado Werner es hijo de un funcionario de José Ber Gelbard exiliado en México durante la dictadura. Y el encargado de supervisar a la Argentina, el italiano Roberto Caldarelli, se convirtió con el correr de los años en un fanático de Buenos Aires. Nunca deja de visitar Aldos, el restaurant de Aldo Graziano (una pasión ecuménica, que comparten Amado Boudou y la cúpula del PRO). Y hasta halló su terroir preferido en el paraje de Gualtayarí, en el Valle de Uco mendocino, donde admite que se hacen vinos tan buenos como los de la Toscana. ¿Alcanzará?

Lo que el Gobierno no parece haber percibido aún es que las señales al mercado no alcanzan si se mezclan con gestos a la propia población tan retrovisuales y seguidos como un pedido de auxilio al Fondo y una recepción con Domingo Cavallo como invitado estrella, como la que organizó anoche Sturzenegger en el Museo del Banco Central para inaugurar la cumbre del G-30, un selecto club de economistas que fundó Paul Volcker en 1978 y que sesionará hasta mañana en el CCK. Por esa clase de gestos, y por lo errático de su intervención frente a la crisis, lo que en un principio fue solo una corrida de grandes bancos de inversión contra el peso amenaza ahora con convertirse en un pánico masivo.

Salida de depósitos bancarios casi no hubo, en pesos ni en dólares. Pero los fondos comunes de inversión «T+1» mediante los cuales un importante segmento ahorristas se volcó al ahorro en pesos (e indirectamente a las Lebacs) en el último año y medio sufrieron una grave sangría. De su pico de $ 262.000 millones, sus cuotapartistas retiraron $ 56.000 millones en solo once ruedas. Más del 21%.

La pregunta es si todos esos pesos irán a comprar dólares. Y si alcanzará para con el seguro de cambio para «lebaquistas» que estableció el Central al volver a operar en el mercado de futuros, vendiendo barato como hacía Alejandro Vanoli y como recomendó la mismísima Morgan Stanley. Hasta ayer, al menos, parecía que no. Para quedarse en Lebacs, en el mercado secundario, los inversores ya exigían intereses superiores al 50% anual.

Fuente: BAE


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