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El negocio del miedo

Por Carlos Fara

Los últimos días del año el diario La Nación en su sección Espectáculos publicó una interesante nota sobre las nuevas temporadas de dos series de culto: “Black Mirror” y “Los expedientes X”. Aludía a que ellas eran “para temer el futuro… permiten definir el horror de la sociedad contemporánea … las conspiraciones políticas y las tensiones entre ciencia y fe … enfocado en nuestra deshumanización”.

Curiosamente, dicha nota coincide con un libro recientemente publicado en español, que se titula “Geopolítica de las Series o el triunfo global del miedo”. El autor es Dominique Moïsi, uno de los mayores especialistas internacionales en el ámbito de la geopolítica, francés y discípulo de Raymond Aron.

Su principal tesis es que en la era de la globalización, las series de televisión se han convertido en un referente cultural imprescindible para quien se dedique a analizar las emociones del mundo. Cree que los guionistas se han convertido en los mejores analistas de las sociedades actuales y quizá los futurólogos más fiables. Incluso arriesga que las mismas series son una gran fuente de inspiración para los actores políticos mundiales.

Para ilustrar su análisis toma 5 series de gran repercusión mundial –“House of Cards”, “Homeland”, “Downton Abbey”, “Game of Thrones” y “Occupied”- y las disecciona en función de qué miedos activa cada una de ellas. Así identifica 5 grandes miedos:

  1. al caos y la vuelta a la barbarie (Juego de tronos),
  2. al declive ligado a la crisis de la democracia (House of Cards),
  3. al terrorismo y la pregunta sobre la naturaleza de la amenaza y la identidad del enemigo (Homeland),
  4. al cambio drástico a otro orden social del mundo, acompañado de la nostalgia por un orden condenado, y
  5. el miedo a la ocupación rusa (Occupied).

Moïsi no se ocupa solo de las cuestiones geopolíticas, sino que además incorpora algunos interesantes detalles sobre la narrativa de estos productos televisivos (los cuales ya no son el hermano menor del cine como sucedía anteriormente).

En primer lugar, las series contemporáneas se basan en un ejercicio deliberado de desacralización del poder. Todas tienen un gusto amargo al asomarse al back stage del poder. Acá ya no hay “buenos y malos”, hay un sinfín de personajes pragmáticos con todo tipo de dobleces morales.

En segundo lugar, al profesionalizarse y crecer la inversión en la manufactura de la series, los guionistas son claves. El desarrollar una historia en 13 capítulos –habitualmente- se genera todo el tiempo el suspense, la intriga sobre cómo se resolverá una situación o cómo seguirá la historia, siguiendo la lógica del folletín (por eso son tan adictivas).

En tercer término, las historias tiene algo semejante al tiempo real: al tener más tiempo para desarrollarla, existen más recursos para que el espectador se meta en la intimidad de los personajes, y así generar un fenómeno de identificación (como sucedió con Doug, el asesor de Underwood en “House of Cards”).

Cuarto: ya no existen personajes secundarios, ya que a lo largo de muchas horas todos pueden llegar a desempeñar un rol crucial en la historia.

Quinto: al igual que sucede en el mundo real, la multiplicación de intrigas hace que al final se deje de entender lo que ocurre. La ficción es igual de complicada que la realidad.

Moïsi concluye que el mundo que nos transmiten estas series es el de la ausencia del principio del orden y de un árbitro ineludible. Es decir, un compendio perfecto de la teoría realista de las relaciones internacionales.

Somos lo que consumimos: en este caso historias que alimentan nuestros miedos y nuestra visión cínica y pesimista sobre el fenómeno del poder.


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