| Columnistas

Una teoría sobre los cheques grises: A propósito de Corrupción policial de Don Winslow

Por Esteban Rodríguez Alzueta

Denny Malone es el protagonista de Corrupción policial, la última novela de Don Winslow, autor del best seller El cartel. Malone es un policía de Nueva York, un cuadro de la Unidad Especial de Manhattan Norte. Malone es un policía corrupto pero también un policía justiciero, un policía espiado y extorsionado por el FBI, obligado por estos a delatar a sus compañeros para salvar a su familia. Un policía con escrúpulos pero también con muchos sentimientos, un policía que se mueve con criterios que se van trasmitiendo de una cohorte a otra.

La justica de Malone es una justicia callejera, que se imparte al margen de la legalidad. Porque Malone sabe que la venta de drogas, como cualquier negocio, necesita marcos de previsibilidad. Sabe que en el mercado de drogas, como en cualquier mercado, pueden producirse conflictos y que esos conflictos no pueden presentarse ante la justicia formal para ser saldados. Malone, entonces, no sólo agrega marcos de previsibilidad a los negocios clandestinos sino que establece los modos de resolver esas contradicciones. Hay límites, dice Malone. Uno de ellos son los niños y los viejos; otro, las armas: hay que evitar que el barrio se inunde de armas porque el barrio será una carnicería que le puede costar caro a muchos, no sólo a él, sino a los fiscales, al Alcalde y el resto de los funcionarios.

Muchos llamaron a la regulación policial, “corrupción”. Malone piensa diferente. El enriquecimiento ilícito no es una causa sino una consecuencia, una suerte de premio por las tareas bien hechas. La causa hay que buscarlas en las inversiones inmobiliarias que se sostienen con el negocio de la droga. Un negocio que, por más que esté al margen de la legalidad –y así tienen que ser para que las ganancias sean suntuosas-, necesita de algún tipo de regulación. De eso se encarga Malone y su grupo. El mercado inmobiliario, no solo enriquece a los funcionarios que extienden las habilitaciones a las constructoras, financia además las campañas políticas y genera trabajo, es decir, votos, muchos votos. De modo que detrás de la “corrupción policial” está la “corrupción política”.

El libro de Winslow sirve para pensar muchas cosas. Por ejemplo, nos permite pensar el lugar que tienen los afectos en la construcción de la solidaridad. Cuando se acumulan enemigos y la calle se vuelve un lugar cada vez más peligroso, los amigos, esto es, los compañeros de trabajo, se vuelven tu sostén, la mejor familia. El libro sirve para pensar la dimensión lúdica de la actividad policial, y las técnicas de neutralización o justificación que van elaborando para derivar hacia la violencia, pero también para enriquecerse ilícitamente. Por ejemplo, uno de los argumentos que utiliza Malone para justificar sus “arreglos” es la universidad de sus hijos. Con el sueldo de policía la movilidad social no llega, no alcanza para pagar la educación de los hijos y pegar el salto en la escala social.

Pero hay algo más que me interesa resaltar acá: el libro de Winslow sirve para pensar la teoría de los cheques grises formulada por Jean-Paul Brodeur, en el libro “Las caras de la policía”. Decía Brodeur: “Los mandatos que se les da a la policía adoptan la forma de cheque gris. La firma y los montos consentidos son, por un lado, lo bastante imprecisos como para suministrar al ministro que lo emite el motivo ulterior de una denegación plausible de lo que fue efectivamente autorizado; no obstante, son lo suficientemente legibles como para garantizar al policía que recibe con este cheque un margen de maniobra del que a su vez, podrá afirmar de manera plausible que le fue explícitamente concedido. Las dos partes se protegen estableciendo la base de un litigio interminable, a partir del cual podrán llevar a cabo una guerra de desgaste contra sus acusadores, en caso de un escándalo. Evidentemente, la opacidad de las directivas trasmitidas es una función de la previsión que se hace del carácter ilegal o reprensible de las operaciones que deberán ser ejecutadas para ponerlas en práctica.”

Lo digo con las palabras que Winslow pone en boca de Malone:

“No quieren saber cómo ocurrieron esas cosas. Tu no quieres que yo me encargue de ello”

“Cuando consigues encerrar a alguien no te preocupa lo que hagamos –replica Malone-. Nos dices que hagamos lo que sea necesario. Pero, si algo se tuerce, nos pides que acatemos las reglas. Pues yo las acataré cuando lo hagan los demás.”

“No querían saber cómo, solo querían que lo hiciera.”

La policía no funciona con cheques en blanco pero tampoco con cheques firmados a la orden. Los funcionarios saben que la policía puede convertirse en su peor pesadilla y no pueden extenderles una patente de corso para que hagan lo que quieran. Pero tampoco pueden darles ordenes explicitas y literales, firmadas con nombre y apellido, porque irán presos con ellos. Hay que decirles “manejate”, “vos sabrás, no me cuentes, pero hacelo”.

Esa es la naturaleza del cheque en gris, dice Brodeur: “Está redactado en términos generales y cobrado en operaciones particulares. Esta disimetría protege a la vez al que lo emite y al que cobra. Contra el primero, no se puede demostrar que sea cómplice de una operación de la que jamás tuvo un conocimiento particular; en cuanto al segundo, siempre puede argüir, de manera implacablemente razonada, que una licencia general autoriza prácticas particulares, so pena de no tener ningún sentido.”

En otras palabras: La clase dirigente no cometerá la imprudencia, al menos en democracia, de emitir un cheque en blanco a la policía, porque podría costarle su carrera política. Pero tampoco le atará las manos a la policía porque aquellos mercados, como cualquier mercado, necesitan marcos de previsibilidad para que generen las ganancias que todos necesitan. Los dirigentes sabe y no saben o no les convienen nunca saber demasiado sino lo suficiente para que las cosas no se desmadren y no quedar pegados. Por eso autorizan a las policías a moverse en el límite de la legalidad y la ilegalidad, o mejor dicho, pendulando entre la legalidad y la ilegalidad. Las cosas se resuelven con un “si-pero-no” o un “no-pero-si”, dejando las cosas en el terreno de los sobre-entendidos. Con la policía las cosas no pueden ser nunca ni blanco ni negro, conviene dejarlas a mitad de camino, no averiguar demasiado cómo realizan sus tareas, de eso se encarga Malone.


Compartir: