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Pasantías sí o no, una nueva «grieta» en el debate educativo

Por Facundo Blanco

Durante el mes de septiembre solemos poner nuestra mirada en el sistema educativo argentino, debido a que el 11 del corriente mes recordamos a Domingo Faustino Sarmiento. Su figura atraviesa uno de los tantos debates de nuestra historia. No vamos a creer, aunque muchos políticos así lo deseen, que “la grieta” es algo de nuestros días. La historia argentina está constantemente atravesada por profundas divisiones que van desde la política hasta el fútbol. Independencia o colonia. Saavedra o Moreno. Unipersonalismo o Triunvirato. Monarquía o República. Unitarios o Federales. Rosas o Urquiza. Sarmiento o Alberdi. Campo o industria. Peronistas o Radicales. Militares o Democracia. Kirchneristas o Antikirchneristas. Menotti o Bilardo, y así podría ocupar páginas enteras con las grandes discusiones que atravesaron nuestra historia. No pretendo descubrir nada nuevo, sino solamente dar cuenta que esta forma extremista de ver y analizar es propia de nuestra naturaleza. Si buscáramos una explicación deberíamos principalmente tener en cuenta la diversidad cultural en la conformación de nuestro territorio y de nuestra raza. Esta forma de ser nos ha privado de construir acuerdos que den lugar a políticas de estado en temas claves como la educación.

Fuimos fundados mediante intensos debates que dividieron no solo a la sociedad, sino también, a las propias élites gobernantes de cada época. Días atrás, y no de casualidad, surgió la idea de implementar una “Reforma Educativa” en la Ciudad de Buenos Aires. Como no pudo ser de otra manera, los actores ya ocuparon lugares de uno y otro lado de la grieta. Colegios tomados. Funcionarios indignados. Opositores escandalizados. Padres preocupados. Estudiantes perjudicados. Bienvenidos a la Argentina, no de hoy, sino de siempre. En este contexto, donde el sistema educativo está en crisis, solemos escuchar habitualmente: “Tuvimos escuelas públicas que eran un lujo”, “La educación pública antes era de excelencia”, “Al colegio se iba a aprender”, “Maestros eran los de antes que no pensaban en el paro”, y otras exclamaciones acerca del pasado que parece haber sido glorioso. Sea cierto, o no, indudablemente en algo fallamos en aquel pasado tan gratamente recordado para tener las problemáticas que enfrentamos hoy. Explicaciones hay muchas, pero quiero concentrarme en el factor que me parece el más importarte: la falta de acuerdos para lograr políticas de estado perdurables. No hablo de políticas de gobierno o partidarias, me refiero a acuerdos y programas generados por el conjunto de los actores que corresponda, que nos permitan desarrollarnos en temas claves, sobre todo en el desarrollo de un sistema educativo eficaz.

Actualmente debatimos en la Ciudad de Buenos Aires, entre otras cosas, si realizar pasantías en el último año del secundario es flexibilización laboral o estímulo a la juventud. Cuando escucho o leo eso, indefectiblemente me asombro. Me pregunto si nos olvidamos que tenemos una pobreza estructural del 30% hace varios años. Esa cifra no es solamente un indicador, sino que equivale a millones de personas que no la están pasando nada bien. La situación en niños y adolescentes es aún peor. El 50% de los adolescentes son pobres. (https://www.unicef.org.ar/adolescentes/). Solamente el 45% termina el secundario, es decir, alrededor de medio millón de chicos están fuera de la escuela. Las principales razones del abandono son dos: el poder insertarse tempranamente en el mercado laboral ante la necesidad económica, sobre todo en varones, y el embarazo temprano, en las mujeres. Ante esto, considero que hablar de “Reforma” cuando solamente se busca implementar algunos cambios en uno de los distritos del país, es una falta de respeto para todos los que están necesitando que el sistema educativo los abrace y los incluya. Muchos tenemos la posibilidad y la aparente tranquilidad de saber que podemos mandar a nuestros hijos al colegio, sea éste público o privado. Pero la pobreza y la deserción escolar no dejan de ser un problema que directa o indirectamente nos afectará a nosotros y a nuestros hijos. Estamos hablando que la mitad de los que en 30, 40 o 50 años serán el futuro del país, están sumergidos en la pobreza. Es un problema de todos y para todos.

Si buscamos condenar a alguien, en principio todos somos imputables. Lógicamente quienes gobernaron tienen mayor responsabilidad, sobre todo aquellos que lo hicieron en las últimas décadas. Podemos recorrer toda la historia argentina y veremos que el denominador común siempre fue el no haber logrado acuerdos que trasciendan una época y a los gobernantes de turno. El no poder generar políticas de estado. El propio Sarmiento termina siendo un ejemplo. ¿Quién puede negarle que ha sido el mayor impulsor de la educación pública en nuestro país? En su periodo de gobierno se crearon alrededor de 800 escuelas, bastante más que cualquier presidencia reciente. Ahora bien, ¿quién puede justificar el derramamiento de sangre gaucha que Sarmiento avalaba en pos de lograr la civilización?

Sarmiento se concentró en su propio plan importado, le costó consensuar con sus contemporáneos como Alberdi. Tal vez la historia hubiese sido diferente si su proyecto hubiese tenido otra mirada acerca del gaucho. Juzgar las formas en el 2017 resulta fácil, la intención no es esa, pero es aquí donde está el problema. Dejamos de lado el contenido, y cómo poder lograr algo superador e innovador, y nos quedamos evaluando las formas. Estamos preocupados por hacer el papel de abogados y en contraposición no exigimos acuerdos inclusivos y perdurables. O exaltamos a Sarmiento, o lo juzgamos como traidor a la patria. No logramos comprender que por momentos debemos salir de esos debates en búsqueda de políticas de estado que nos ayuden a solucionar las problemáticas estructurales que tenemos. Ese es nuestro desafío. No hay que olvidar lo decadente de cada momento o personaje histórico. Hacer un constante revisionismo de la historia es necesario para aprender y analizar a cada quien como lo que fue.

Siempre comulgaremos con ideas que harán que algunos nos atraigan más que otros. El debate, la discusión y el intercambio son necesarios para sostener el sistema democrático. Un gobierno necesita fortaleza política para alcanzar la gobernabilidad, de la misma manera que la oposición debe tener una voz eficaz que represente al sector de la sociedad que se identifica con ella. Habrá políticas que se quieran implementar de una u otra manera. Sucederá que, según la inclinación ideológica de cada gobierno, siempre se beneficie más a algunos que a otros, pero hay temas sobre los cuales debemos lograr acuerdos de base. En el caso de nuestro sistema educativo en crisis, esto es esencial. La educación es la única forma de igualar en algún punto las diferencias sociales existentes. Es la vía por la cual se pueden brindar las herramientas que necesita cada ser humano para su desarrollo.

La sociedad ha cambiado y consecuentemente la familia se ha alterado. Los valores básicos no se aprenden más en casa. La pobreza, la marginalidad, la falta de educación y muchos cambios culturales destruyeron la institución de la familia y todo lo que ella implicaba. La escuela además de enseñar, en muchos casos se volvió el hogar de niños y adolescentes que van para alimentarse y dispersarse de la compleja realidad en la que viven. Además de formar, tuvieron que contener y cuando abarcas mucho indefectiblemente algo descuidas. En lugar de ayudar a la comprensión y producción de contenidos propios, la escuela solamente termina cumpliendo con su función reproductora. Así es como se vuelve ineficaz y aburrida, y aburrir a los niños y jóvenes de hoy es muy fácil. Debemos plantearnos y acordar que escuela queremos y cómo lograrla.

Cuando hablemos de reformar la educación, tenemos que entender que no es solamente cuestión de programas y contenidos. La forma de enseñanza obviamente influye y mucho. Necesitamos docentes que estén preparados para afrontar los nuevos desafíos que esta sociedad demanda, y que también se los dignifique con su sueldo, pero eso no es todo. Tenemos que ocuparnos de generar un sistema inclusivo y equitativo. No solo se trata de hacer más escuelas, sino que éstas funcionen mejor. El desarrollo de un eficiente sistema educativo tiene que ser complementado con muchas otras medidas que garanticen el acceso y la permanencia. No todos comen en sus casas. No todos tienen la indumentaria necesaria. No todos entienden por qué es necesario ir al colegio. No todos ven los beneficios de estudiar. No todos tienen padre o madre que puedan mostrar su ejemplo. Simplemente, no todos pueden hacerlo. Muchos chicos están creciendo en casas donde la delincuencia y la droga son moneda corriente. Otros tantos necesitan ayudar económicamente a la subsistencia familiar. Algunos deben hacerse cargo del costo de sus malas decisiones, generalmente producto de la falta de educación. Frente a esto, el estado y la sociedad deben lograr acuerdos que contemplen estas diferencias y garanticen un acceso universal al sistema educativo complementándolo con políticas sociales exitosas. Lógicamente una igualdad absoluta roza lo idealista, pero sí debemos concentrarnos en alcanzar la equidad necesaria para que el sistema educativo haga su parte y brinde oportunidades y herramientas a todos.

La educación en general y la escuela en particular, deben mutar y convertirse en instancias formadoras y productoras, no solo de contenidos curriculares sino de personas con valores. ¿Queremos leyes justas? ¿Queremos un sistema económico justo y estable? ¿Queremos tolerancia y respeto? ¿Queremos justicia social y no clientelismo político? ¿Queremos servidores públicos y no políticos oportunistas? La respuesta está en lograr un sistema educativo igualitario y equitativo, basado en los valores y la inclusión. Necesitamos una política educativa de estado, que se vaya actualizando en formas y contenido, pero que no negocie su estructura frente a ningún gobierno de turno. ¿Cómo lograrlo? Es complejo, pero no imposible. Somos una sociedad que sabe de instalar demandas que sean escuchadas por el poder político. La participación de todos los sectores es necesaria para lograr un acuerdo amplio que deje mezquindades de lado. De esto depende que alguna vez tengamos un país desarrollado en todos sus aspectos. Si no lo logramos, seguiremos siendo cómplices del estado de nuestra sociedad, en donde la civilización se encuentra barbarizada.

Fuente: Bastion Digital.