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Hijos presidenciales, una vagabunda y el Polaquito

Por Marcelo Zlotowiazgda

«Para resolver la pobreza hay que discutir la riqueza», es la consigna que se lee en un cartel de Izquierda Popular que está pegado en la pared de la estación Palermo del Subte D. En una punta de ese mismo andén una mujer vagabunda de edad indescifrable duerme en el piso tapada con frazadas. Es una de las 4.374 personas que viven en situación de calle en la Ciudad de Buenos Aires, según el censo realizado por un conjunto de organizaciones sociales.

La edad de la vagabunda es desconocida, lo mismo que su nombre. Pero su origen es fácil de adivinar. Una reciente investigación de campo arrojó que una madre soltera de raza mixta, nacida en un hogar pobre, que alquilaba su vivienda a los 26 años, y quedó desocupada, tiene una probabilidad de más del 70 por ciento de quedar en situación de calle cuando cumpla 30 años. En contraste, un hombre blanco con título universitario, nacido en un hogar de clase media y que vivió con sus padres hasta los 26 años tiene una probabilidad de apenas el 0,6% de ser un «homeless» a los 30 años.

La investigación no es sobre Buenos Aires sino sobre el Reino Unido. Se titula Homelessness in the UK: who is most at risk?, y estuvo a cargo de los profesores de estudios urbanos Suzanne Fitzpatrick y Glen Bramley. ¿Alguien duda de que en Buenos Aires la desigualdad es muy parecida?

En la Argentina hay muy poca conciencia sobre cómo la desigualdad influye y determina varios de los más graves problemas sociales. Y eso se refleja en la casi nula presencia del tema en la discusión política y, consecuentemente, en la campaña electoral. Salvo el ejemplo del cartel del comienzo y de algún otro caso aislado, la desigualdad no aparece en el discurso de los candidatos.

Casos como el del Polaquito también pueden ser comprendidos en el marco de la desigualdad social. Otra investigación inglesa que acaba de publicar el Centro de Análisis y Exclusión Social de la London School of Economics, comienza planteando: «Si bien es sabido que los niños de familias de bajos ingresos tienen peores resultados que sus compañeros de hogares en mejor situación, no suele ser fácil determinar si esas desigualdades se deben a las diferencias de ingresos monetarios o están asociadas a otros factores, como por ejemplo la educación de los padres». El trabajo titulado ¿Afecta el dinero el resultado de los niños?, demuestra que hay «fuerte evidencia de que el dinero en sí mismo es importante para el desarrollo cognitivo de la infancia, para la salud, para el desarrollo de su comportamiento social, y también para otros dos factores muy significativos para el desarrollo de los chicos como son el entorno familiar y la salud mental de las madres».

El consumo de drogas, alcohol y la ludopatía también están correlacionados con la desigualdad. En un paper titulado «El enemigo entre nosotros: los costos psicológicos y sociales de la desigualdad» que Richard Wilkinson y Kate Pickett -dos referentes de la organización The Equality Trust- publicaron en la anteúltima edición del European Journal of Social Psychology, se explica por qué en «las sociedades con grandes diferencias de ingreso aumenta la prevalencia de varios de los problemas sociales y de salud que, además, tienden a ocurrir con mayor frecuencia entre los que están en la parte inferior de la pirámide social».

En igual sentido, durante la visita que hizo a México hace dos meses para asistir al congreso mundial de la Asociación Internacional de Economistas, el premio Nobel Joseph Stiglitz declaró que el aumento del alcoholismo, de los suicidios y de las adicciones que hay en Estados Unidos es un «síntoma de la inequidad de ingresos».

Y están los que sostienen que la desigualdad no sólo engendra más vagabundos, más problemas en la infancia y más adicciones, sino que pone en riesgo al capitalismo occidental. Robert Reich, exsecretario de Trabajo de Bill Clinton y autor del libro «Salvando al Capitalismo», publicó hace dos semanas una columna en The NewYork Times en la que sostiene: «La principal amenaza para las democracias liberales de Occidente es más probable que se origine en la extrema desigualdad que en el extremismo islámico. Eso es debido a que la desigualdad erosiona las dos piedras basales de las sociedades modernas: la apertura a nuevas ideas y oportunidades y la convicción de que todos los ciudadanos son moralmente iguales».

Mientras tanto, en la Argentina hay muchos que consideran entrañable que el presidente Mauricio Macri le done a su hija de cinco años un campo de pinos valuado en más de 2 millones de pesos, y que antes le haya donado a sus hijos mayores activos por montos muy superiores. Y hay muchos otros que aceptaron con absoluta naturalidad que los hijos de Néstor y Cristina Kirchner hayan heredado millones de dólares.

Dos notables ejemplos de uno de los mecanismos básicos de reproducción de la desigualdad.

Fuente: Página 12.


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