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Linchamientos, fierros y la guerra civil difusa

Por Esteban Rodríguez Alzueta

Una de las noticias que más fascinan al periodismo televisivo son las escenas de linchamiento. No sabemos si los linchamientos se han incrementado en el país, aunque todo parece indicar que así ha sido, pero estamos seguros que, en los últimos años, estos eventos se han ganado la atención del periodismo y los comentadores satélites a estos, es decir, han aumentado en la agenda mediática.

Sabemos que los linchamientos no se hacen en vivo y en directo, aunque tienen lugar a la vista de todos, como los antiguos espectáculos punitivos. Solo que esta vez el verdugo son los vecinos empoderados. Las imágenes llegan siempre en crudo porque a la víctima se la están comiendo cruda. Casi siempre son imágenes póstumas, que retratan al cuerpo inerte, arrojado en el piso. Hemos llegado a ver, últimamente, imágenes donde los perros reclamaban también su porción del cuerpo calcinado. Pero algunas veces se filma lo que está sucediendo. No son muchos los linchamientos registrados en tiempo real porque la turba iracunda nunca pierde la razón y es consciente que le puede costar caro. Todas ellas, son imágenes caseras, pornográficas: vemos a la crueldad despojando a una persona de sus atributos de humanidad. Si los vecinos pretenden mandar mensaje al resto de la sociedad, no habrá linchamiento sin registro. A veces correrán a través del chime y las habladurías, otras se esparcirán a partir del registro visual. Imágenes que después se propalan rápidamente por las redes sociales. Tanto las personas que están a favor como las personas que están en contra, se encargan de replicarlas rápidamente. Se las pisaran con interpretaciones diferentes, pero las imágenes están ahí, para el que las quiera ver.

Para algunos, los linchamientos constituyen una actualización de la antigua Ley del Talión. Nada más alejado de la realidad. Las víctimas de la muta, la cacería protagonizada por las masas de acoso, casi siempre son “ladrones de gallina”. En este país, un teléfono celular, una cartera, te puede costar la vida. Una justicia que no guarda ninguna proporción, que no busca la reparación sino el merecido castigo express.

Otros, piensan a los linchamientos como sacrificios comunitarios donde, la víctima sería una suerte de chivo expiatorio. Se sacrifica a una persona para ordenar aquello que se ha desordenado, para agregarle certeza a aquel cotidiano experimentado ahora con incertidumbre. Tenemos muchos reparos también con esta interpretación. El sacrificio, dijo alguna vez René Girard, es una violencia sin riesgo de venganza. Se puede herir, incluso matar a una persona, porque se sabe que nadie defenderá su causa. El chivo ha sido cuidadosamente elegido por la comunidad, y alimentado para ser sacrificado. Pero acá la violencia vecinal, que es una violencia que está escalando hacia los extremos también, será emulada por otros jóvenes que estarán dispuestos a todo la próxima vez. Con esas imágenes en la cabeza nadie merecerá piedad. La violencia que suele agregarse a los robos, dejó de ser instrumental, para volverse cada vez más expresiva. No se trata de reducir o inmovilizar a la víctima para sustraerle el botín, sino, además, hacerle pasar un mal momento. Es una violencia que quiere comunicar algo. Sostengo, entonces, que la víctima de los linchamientos son víctimas relativas que, tarde o temprano, llama a otra violencia redoblada.

Los linchamientos vecinales y las golpizas a los abuelitos o las ejecuciones a quemarropa que hemos visto en las últimas semanas, que tanta indignación reclutan entre los televidentes, son escenas de una guerra civil difusa. Por un lado, están los ciudadanos soldados, los famosos vecinos alertas. Estos son una prolongación de la violencia policial, es decir, una violencia parapolicial. Su violencia es también una violencia expresiva. No están señalando la ausencia del estado sino denunciando que la policía no está presente de la manera que ellos reclaman. Como dijimos alguna vez desde estas mismas páginas: si no hay gatillo policial habrá linchamiento vecinal.

Por el otro, están los pibes enfierrados que se miden diariamente con el hostigamiento policial, pero también con el prejuicio vecinal. Se hicieron en la dureza para enfrentar las humillaciones de las que son objeto todos los días.

El resentimiento de todos ellos crece como las violetas, es decir, no se deja ver. Los linchamientos son castigos mal encausados, una venganza bestial que, tarde o temprano tendrá su vuelto. Eso sí, esta vez la guerra será televisada!

Fuente: Agencia Paco Urondo


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