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Un ejemplo, otra vez

Por Cecilia González

Querido pueblo argentino:

Hace una semana, cuando la Corte falló (nunca mejor aplicado el verbo) el 2×1 en favor de un represor y le abrió la puerta de la impunidad a muchos otros, me invadió una tristeza profunda. En las calles, en las redes, había sorpresa, desazón, angustia, indignación, incredulidad, dolor, bronca, amargura. Miedo.

Recordé cómo, hace quince años, cuando llegué a Buenos Aires, comencé a enterarme con detalle de los crímenes cometidos durante la última dictadura. ¿Cómo que se robaron niños? ¿Para qué? ¿En serio tiraban gente viva al mar? ¿De verdad construyeron tantas cárceles clandestinas para secuestrar y torturar gente? ¿Y los responsables están libres? ¿Cómo puede ser?

En algún momento dejé de hablar con familiares de las víctimas, con sobrevivientes. Me daba dolor de cabeza. No podía dormir. No lograba entender cómo se sobrevive a la desaparición de un hijo, una esposa, los padres. Pero cuando el Congreso y la Corte anularon las leyes de impunidad estuve en las calles, cubriendo (y celebrando) un cambio de época, una sensación de justicia que se fortaleció conforme avanzaron los juicios de lesa humanidad.

¿Nunca han ido a alguna audiencia, a algún juicio de lesa humanidad? Les recomiendo que vayan por lo menos alguna vez. Yo fui a muchas audiencias, cubrí varios juicios. Cuando se dictan las sentencias es emocionante. Sobrevivientes de torturas, familiares de desaparecidos, nietos recuperados se van con una tranquilidad desconocida. La sensación de reparación que sólo da la justicia se nos contagia incluso a quienes no hemos sido víctimas directas de algún delito de lesa humanidad.

Los juicios fueron pasando. Condenaron a Videla (murió viejo, condenado por tribunales de su país y preso, una excepción entre la impunidad que suele cobijar a dictadores en todo el mundo), Astiz, Etchecolatz, Cavallo, “El Tigre” Acosta, “El Turco” Julián, Bignone, Menéndez… nombres que en mi vida anterior desconocía y que ahora me remitían al terror. Fui a la ESMA cuando recién la reconvirtieron en Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos. No aguanté el recorrido por los calabozos. Daban ganas de vomitar, de escapar. Hay mucho dolor ahí encerrado.

Mientras cubría, acompañaba y me alegraba por el proceso de justicia en Argentina, mi país se convirtió de pronto en el país de los desaparecidos. Desde 2006 México quedó sumido en una guerra narco que no resolvió nada y sólo multiplicó la violencia. De los 30 mil desaparecidos argentinos pasé a enterarme de los más de 30 mil desaparecidos mexicanos en una supuesta democracia. Cuatro décadas pasaron entre una y otra tragedia. Hoy, los familiares de los desaparecidos de mi país escarban con sus propias manos la tierra. Sin apoyo alguno del Estado encuentran fosas con cadáveres amontonados, sin identificar. Los organismos argentinos se solidarizan con ellos. El Equipo Argentino de Antropología Forense les ayuda a investigar, a impedir que se cierren causas como las de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

Durante estos años escribí y hablé muchas veces en muchas partes sobre el ejemplo de dignidad, lucha, justicia y esperanza que Argentina le daba al mundo. En todo foro internacional Argentina era ejemplo en derechos humanos. Sin apelar jamás a la venganza, los organismos habían logrado la condena de más de 700 represores, recuperado 122 nietos (¿cómo olvidar la emoción del día que Estela de Carlotto encontró a su nieto después de buscarlo durante 38 años?). Pensaba, deseaba que alguna vez en México se lograra condenar a los criminales como había ocurrido aquí. Ayer nomás nos enteramos de que México es el segundo país más violento del mundo, sólo después de Siria.

De pronto la semana pasada tres jueces de la Corte decidieron que los represores merecían que se les recortaran sus penas. Fue la cúspide de los retrocesos en derechos humanos que se viven aquí desde hace 17 meses con un gobierno que tiene funcionarios negacionistas, que se acerca a defensores de represores, que no impulsa los juicios, que no le importa que los criminales de lesa humanidad se sientan amparados, fortalecidos, apoyados.

Qué fácil volver atrás ¿no? Borrar de un plumazo los avances, desalentar la lucha por los derechos humanos. De ahí mi tristeza post fallo. Pero con el paso de los días, la magnitud del rechazo a la decisión de la Corte renovó la esperanza. Por todas partes apareció gente que hizo a un lado sus amores y odios partidarios para indignarse, reconocer que lo importante era denunciar, repudiar, rechazar juntos la impunidad. Hicieron a un lado mezquindades. No es fácil. Y eso hay que aplaudirlo.

Por supuesto que asomaron también los defensores de los represores para celebrar la impunidad que se avecinaba, pero resultó que, por suerte, son los menos. Hay un mayoritario consenso social que se construyó durante 40 largos y trabajosos años con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo al frente, con sus pañuelos en la cabeza.

Por eso hasta el gobierno transitó rápidamente de la resignación en pro de la “independencia de poderes” a criticar el fallo y a consensuar a una ley que prohíbe que el 2×1 se aplique a represores.

Por eso ayer todos los partidos en la Cámara de Diputados impidieron que los represores sean beneficiados con el 2×1. En el debate se escuchó mucho el Nunca Más, se reconoció la labor de Alfonsín, se aplaudió a las Abuelas y las Madres, se reiteró que fueron 30 mil desaparecidos, se convocó a marchar hoy a la Plaza de Mayo, hablaron nietos recuperados que ahora son legisladores.

Por eso los jueces Higthon, Rosencrantz y Rosatti tendrán que enfrentar el repudio público, denuncias penales y pedidos de juicio político por haber apoyado a represores.

Por eso hoy la Feria Internacional del Libro, el evento cultural del año, estará semivacía: editores y escritores cancelaron muchas actividades para ir a la Plaza. Saben qué es lo importante.

Será una marcha histórica. En México justo hoy se celebra el Día de la Madre, pero miles de madres no tienen nada qué festejar porque andan buscando a sus hijos desparecidos, exigiendo justicia. En Argentina, Madres y Abuelas estarán, otra vez, al frente, para recordarles, señores jueces: Nunca Más.

Los felicito. Deben sentirse orgullosxs. Sí, es desgastante reabrir discusiones, tener que salir otra vez a pelear, pero miren lo que lograron en sólo una semana. Otra vez dieron el ejemplo. Infinitas gracias.

Nos vemos en la tarde en la Plaza.

Fuente: tomado del facebook de la autora.


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