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Del «sí se puede» al «no aflojemos»: la recesión fuerza a Macri a hacer la gran Churchill

Por Alejandro Bercovich

El discurso de Mauricio Macri ante la Asamblea Legislativa dejó perplejos a empresarios locales que apenas un año atrás celebraban la salida del default, la rebaja de las retenciones y el levantamiento del control de cambios. Lejos de la euforia apresurada con la que Nicolás Dujovne anunció el fin de la recesión y de los relevamientos de «brotes verdes» en los que ocupa su tiempo Francisco Cabrera, los hombres de negocios destilan un pesimismo que no augura ningún rebote, al menos de la mano de la inversión. Mientras muchos en ese mundo VIP miran con envidia al norte, donde Donald Trump anuncia rebajas de impuestos para quienes generen empleos, la base de la sociedad empieza a verse cruzada por las mismas inquietudes que encumbraron a ese outsider xenófobo y bravucón al Salón Oval: un 55% de los ocupados del área metropolitana, según una encuesta difundida ayer, teme perder su trabajo. El Presidente no entusiasmó a unos ni a otros.

El socio fundador de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que pide anonimato como en los tiempos de confrontación corporativa con el kirchnerismo y que vio achicarse su negocio a la mitad en un año, contrasta amargamente el discurso de Macri con el de Trump. «¿Cómo creen que va a venir a invertir a un país con impuestos altísimos un estadounidense al que su presidente le baja los impuestos por invertir allá? ¿Quién va a venir a un mercado que no es competitivo para exportar y donde el consumo no para de caer? ¿Piensan que son boludos?», se pregunta.

Una idea similar esbozó el fin de semana largo en la lacrimógena cumbre radical de Villa Giardino el economista Eduardo Levy Yeyati, consultor del Gobierno, al confesar en público lo que en privado susurra desde hace tiempo ante sus clientes extranjeros: «Si a mí me preguntan en qué invertir 100 millones de dólares en Argentina no sé qué decir. En energía renovable tal vez». Claro que no hay lugar para todos en ese sector, donde hicieron punta los privilegiados zares energéticos Nicolás Caputo y Marcelo Mindlin y un puñado de empresas chinas.

La consultora de Levy Yeyati, Elypsis, encendió otra señal de alarma al estimar en 2,9% la inflación de febrero en la ciudad de Buenos Aires. En un mes tradicionalmente calmo para los precios, y tras un cuatrimestre durante el cual el Banco Central festejó haber empezado a cumplir su meta del 17% anual, la canasta básica subió por el traslado del nuevo tarifazo eléctrico y el aumento sin precedentes de los peajes para concesionarios entre los que se cuenta SocMa (Sociedades Macri), accionista de Ausol. En 320 comercios de barrios populares y asentamientos precarios, en el mismo lapso, la organización Barrios de Pie detectó una suba del 5,5% de los 57 productos que más se consumen.

El rebrote inflacionario se dio en paralelo a un nuevo desplome del consumo: según informes preliminares que ayer circularon por mail entre socios de la Asociación de Supermercadistas Unidos (ASU), los despachos en los locales de grandes cadenas cayeron entre el 5 y el 6% en volumen en comparación con el mismo mes de 2016, que ya había sido malo. Una merma sensible para un mercado poco elástico como el de alimentos y bebidas. Y que llegó a los dos dígitos en el segmento de los electrodomésticos, donde las ventas se paralizaron tras el blooper de Cabrera y Mike Braun con sus «Precios Transparentes».

¿Acaso los militantes de Barrios de Pie se hicieron kirchneristas después de haber denunciado las manipulaciones del INDEC de Guillermo Moreno y ahora forman parte de «los que no quieren que las cosas cambien, que se resisten, que ponen palos en la rueda» a los que culpó Macri de todos los males que aquejan al país? ¿Acaso Alfredo Coto no posó sonriente junto al mandatario en agosto, al inaugurar la última sucursal que abrió? ¿Acaso el economista jefe de Elypsis, Luciano Cohan, no acaba de asumir como subsecretario de Programación Macroeconómica?

¡No se puede!

La desconocida iracundia con la que el Presidente abrió las sesiones del Congreso fue la señal de largada de una campaña donde el slogan se dejó entrever: vótennos a nosotros o vuelven Cristina y la corrupción. El cuco puede funcionar con el tan mentado «círculo rojo» o con el núcleo duro de votantes del PRO, cuya confianza en Macri quedó herida por el escándalo que generó la condonación de deuda del Correo Argentino al holding de su familia. De ahí los anuncios de decretos contra los conflictos de intereses, antes de que Avianca y los peajes de la Panamericana viren también en escándalo. Pero difícilmente alcance para retener al resto de sus adherentes.

Como subrayó con su habitual agudeza el analista Martín Rodríguez en el sitio La Política Online, el equipo que hizo campaña diciendo que «sí se puede» gobernó estos 15 meses preconizando lo que «no se puede». A los afiliados de La Bancaria, entre quienes se impuso sin dudas en 2015 la fórmula Macri-Michetti pese a que su líder Sergio Palazzo hizo campaña por Daniel Scioli, el Gobierno les intentó bloquear la paritaria. A los maestros, muchos de los cuales no olvidan que Cristina Kirchner les enrostró sus jornadas de cuatro horas y sus falsos «tres meses de vacaciones» hace cinco años, también en medio de una negociación empantanada, los abroqueló en su contra al convocar a rompehuelgas en las redes sociales. Metalúrgicos, mecánicos, confeccionistas, zapateros, estatales y otros empleados castigados y tachados (más o menos explícitamente) de inútiles en el último año son parte de la misma lista de desencantados.

Ese descontento se asoma en compulsas de imagen como las que le mostró alarmado Jaime Durán Barba a la mesa chica del oficialismo la semana pasada. Pero asoma con más nitidez en mediciones como la que ayer difundieron la Universidad de San Martín y la consultora Ibarómetro, sobre 1.400 encuestados en el distrito donde se jugará la madre de todas las batallas de octubre. Entre noviembre y febrero, la proporción de quienes declararon tener un amigo o familiar que perdió el empleo subió del 51 al 58%. De los que conservan el suyo, los que temen perderlo aumentaron del 45 al 55%. El 76%, además, siente que cayó el poder adquisitivo de su salario en el último año. Y el 69% prevé otro recorte para 2017.

A menos que se crea a la altura y en las circunstancias de Winston Churchill en 1940, cuando avisó a sus compatriotas que no tenía más para ofrecerles que «sangre, sudor y lágrimas», el Presidente deberá ilusionar un poco más al electorado respecto de su futuro inmediato. Si no lo logra, serán cada vez menos los que no le aflojen.

El cráter

El fundador de AEA que quisiera una política económica más acorde a la era Trump se sintió despreciado porque Macri no pronunció la palabra «industria» en su discurso. La misma desazón reina en el Comité Ejecutivo de la Unión Industrial, cuyo presidente Adrián Kaufmann no pudo ocultar durante la visita presidencial a Madrid su enojo por el protagonismo que le robó su ya designado sucesor, el abogado laboralista Daniel Funes de Rioja, en medio de las crecientes quejas de los rubros fabriles que no recobran vigor. «En la UIA ya no hay una grieta. Hay un cráter», sintetizó uno de los directivos que más se resisten a Funes de Rioja, avalado por grupos poderosos como Techint.

Igual que en los gremios, el malhumor entre los industriales empieza a emerger incontenible, como agua bajo las baldosas en plena inundación. Los tres triunviros de la CGT provienen de sectores de servicios, no transables, y quizás eso los haya hecho subestimar el efecto destructivo de una apertura comercial poco planeada que no aplacó la inflación pero sí destruyó empleos. El próximo jefe de la UIA, que viene de presidir la cámara de fabricantes de alimentos, haría mal en desatender a los rubros más castigados del modelo macrista. Lo pueden sorprender nuevas protestas como la de los yerbateros de ayer o la del martes que viene, donde no solo habrá empleados sino también pequeños empleadores en desgracia.

Fuente: BAE.

 


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