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Sin condena: murió el periodista de La Nación que mató a su pareja

Le dio 79 puñaladas, muchas de ellas en la espalda, a Claudia Servino, con quien convivía. Tenía un tumor cerebral. Los peritos no se ponían de acuerdo sobre su estado.

Claudia y Antonio vivían juntos en Banfield.

Claudia y Antonio vivían juntos en Banfield.

Por Rafael Saralegui

Antonio de Turris, el periodista y profesor del master del diario La Nación, que mató a puñaladas a su pareja Claudia Servino, en la mañana del 24 de diciembre de 2015, murió ayer, según confirmaron fuentes cercanas al hombre de prensa que se hizo noticia al convertirse en un feroz femicida.

“Papá ya descansa en paz”, fue el mensaje que envió la hija mayor de De Turris a un grupo de amigos de Banfield, la ciudad de la zona sur del Gran Buenos Aires donde vivió casi toda su vida y donde además asesinó a su pareja, la mujer con la que se había vuelto a enamorar, después de haberse quedado viudo.

De Turris tenía un tumor cerebral desde mediados desde 2015 y esa dolencia fue motivo de discusión entre los peritos médicos y los funcionarios judiciales a cargo de la investigación del crimen. Unos sostenían que ese tumor le había provocado un cambio en su personalidad que lo había llevado a ponerse la piel de un asesino.

Debido a su estado de salud, la jueza de Garantías de Lomas de Zamora Laura Nini había dispuesto su internación en el Centro de Cuidados Paliativos Baires, una institución dedicada a “ayudar a morir” a las personas que se encuentran con un deterioro físico irreversible debido al cuadro que padecen.

Mientras de De Turris no parecía estar muy interesado en su futuro y mucho menos en el de su situación judicial, en el expediente a cargo de la fiscal Fabiola Juanatey y la jueza Nini, los peritos no se ponían de acuerdo para definir si la dolencia cerebral era la que había empujado a De Turris a matar a Servino, una mujer elegante, buena amiga, que había visto en ese hombre amable una segunda oportunidad amorosa.

Las amigas más cercanas a Servino descartaban que el tumor cerebral hubiera convertido a De Turris en un homicida. Describían las conductas típicas de un femicida, controlador posesivo, dominante. Cada vez que Servina salía para reunirse con sus amigas debía enviarla una foto. No una selfie divertida: era una prueba de que no la estaba engañando. Además, la llamaba varias veces, para cerciorarse.

Además, días antes del crimen, Claudia le había confesado a una de sus amigas que pensaba irse de la casa de De Turris, un chalet en Banfield, adonde se había ido a vivir luego de que los dos decidieron comenzar a convivir. La hija más chica del periodista tiene un retraso madurativo. Ella habría declarado que su padre le pegaba a Claudia con almohadas.

Una amiga en común de Antonio y Claudia, también periodista fue quien hizo de nexos entre los dos durante una comida en su casa. Después de ese encuentro comenzó el intercambio de teléfonos, el cortejo al estilo antiguo, como corresponde entre personas maduras, y la decisión de vivir juntos. Claudia trabajaba, era una mujer independiente, se dedicaba a la producción y al asesoramiento en modas. Pero a de poco, comenzó a dejar sus actividades y sus contactos con las amigas se hacían más esporádicos. Quienes la conocían creen que eso fue consecuencia de las exigencias de De Turris.

Claudia tenía 62 años.

Claudia tenía 62 años.

La hija menor del periodista, que vivía con la pareja, fue la testigo del horror. Vio a su padre apuñalar a su pareja, una y otra vez, hasta doblar la punta del cuchillo. Según la autopsia le dio 79 puñaladas, muchas de ellas en la espalda, cuando ella intentaba escapar hacia la calle. Quedó en medio de un charco de sangre en el garaje de la casa. La chica fue a buscar una mujer, pariente de la familia, que vivía en la vereda de enfrente para avisar lo que había pasado.

Cuando llegó la policía, De Turris se había encerrado en su habitación. Se había hecho algunas heridas con el mismo cuchillo con el que mató a Claudia, pero ninguna de ellas de gravedad como para provocarle la muerte. Por las heridas y el tumor cerebral, De Turris estuvo alojado primero en un hospital, luego en una clínica privada y más tarde en el Centro Baires.

En todos esos lugares recibió la visita de algunos familiares, amigos del barrio y periodista de La Nación, donde llegó a tener el cargo de secretario de Redacción. Era además docente de la maestría en Periodismo del diario y la Universidad Torcuato Di Tella. Quizás por esa condición de docente y periodista, fue la que generó un manto de silencio sobre el caso. La mayoría de los grandes medios no se interesaron por la muerte de Claudia y apenas le dieron espacio.

Fanático del fútbol y del tenis (jugaba en el club Gascón de Banfield) De Turris tenía grandes amigos en La Nación, donde trabajó durante muchos años, y además tuvo durante años un programa en la televisión por cable con el columnista de Clarín, Ismael Bermúdez. Pero también supo generar rencores. Quienes no lo quería, le decían simplemente Turris.


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