| Columnistas

The crack

Por Nicolás Solari

El mundo occidental vive días aciagos. Los múltiples atentados terrorista en diversos puntos del globo, las reiteradas crisis humanitarias desatadas por migrantes que escapan de regímenes totalitarios, el resurgimiento de los movimientos nacionalistas y xenófobos en las sociedades de países desarrollados, el potencial desmembramiento de la Unión Europea tras el BREXIT y el fallido golpe de Estado en la compleja Turquía, son solo algunos de los oscuros presagios que anticipan una crisis estructural en el corazón del mundo occidental.

Ante este escenario, el proceso electoral en curso en los Estados Unidos adquiere una dimensión aún mayor a la que ya de por sí supone la renovación del liderazgo político en la primera potencia del mundo, particularmente cuando el presidente en funciones no puede ser candidato por haber  agotado su única reelección.

En efecto, el resultado de la elección presidencial de los Estados Unidos producirá, inevitablemente, consecuencias que impactarán mucho más allá de las fronteras norteamericanas. De hecho, la continuidad del orden político mundial tal cual lo conocemos depende, en buena medida, del modo en que se zanje una elección que se presenta tan crucial como atípica.

Entre las peculiaridades de estos comicios norteamericanos es importante destacar al menos cuatro elementos centrales.

En primer lugar, el electorado estadounidense está embarcado en un fuerte proceso de polarización ideológica. Una serie de estudios del prestigioso Pew Research Center describe el fenómeno con precisión y claridad: franjas no menores de la población se han trasladado desde el centro del espectro político hacia sus extremos, incrementando los segmentos rotulados como ultraliberales y ultraconservadores, y reduciendo consecuentemente los puntos de coincidencia entre ambos electorados. Una versión exacerbada y foránea, si se quiere, del clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo que ordenó la elección presidencial argentina del año pasado.

En segundo lugar, hay en marcha una profunda transformación sociodemográfica del electorado norteamericano. Mientras que a principios de siglo el 78% del electorado estaba integrado por blancos, ahora ese número se ha reducido hasta menos del 70%, y la tendencia es que el peso específico del tradicional segmento WASP -White Anglo Saxon Protestant- siga encogiéndose, fundamentalmente en beneficio de una vigorosa minoría hispana. La nueva composición del electorado afecta radicalmente el balance del tradicional bipartidismo norteamericano, toda vez que las minorías -y particularmente los latinos- se vuelcan mayoritariamente por los candidatos demócratas.

Un tercer factor está relacionado con una creciente crisis de representatividad de los partidos republicano y demócrata. El descreimiento en las estructuras partidarias genera que amplios sectores sociales opten por apoyar candidatos reñidos, en el mejor de los casos, con las dirigencias partidarias tradicionales.

Pese a todo, el factor central que torna la elección de este año completamente atípica y altamente impredecible es el curioso perfil de los candidatos presidenciales.

A esta altura, el candidato presidencial del partido republicano es la gran sorpresa del año. El brabucón Trump saca ventaja de una sociedad fragmentada y polarizada apelando a la grandeza pasada de los Estados Unidos –Make America Great Again-. Se trata de una evocación nostálgica de un ideario nacionalista, industrialista y predominantemente blanco, que cala hondo en un segmento del electorado.

La candidatura de Hillary Clinton luce mucho más tradicional, ordenada y previsible. Sin embargo, su nominación también guarda la existencia de elementos disruptivos. La experimentada senadora por New York, ex primera dama y ex secretaria de Estado, será la primera mujer en candidatearse a la presidencia por uno de los grandes partidos. El punto más flojo de Hillary Clinton es probablemente el poco appeal electoral que despierta en el votante americano.

Trump y Clinton representan dos coaliciones electorales exhaustivas y mutuamente excluyentes. Por un lado está la nueva América representada por los jóvenes, los inmigrantes, las minorías y los cosmopolitas residentes de la costa este y oeste; por el otro, está la América tradicional conformada por personas adultas, blancas, poco instruidas y residentes en el profundo Mid y el South-West.

Ambas coaliciones proponen paradigmas opuestos para abordar la agenda de issues sobre la que se estructura la campaña y que tiene entre sus puntos más salientes el estado de la economía y la necesidad de repotenciarla; las tensiones raciales y sociales producto de la inequidad; el combate al terrorismo internacional en general y a ISIS en particular; y la necesidad cultural de regenerar puentes de confianza para recuperar la confianza en la idiosincrasia y la identidad norteamericana.

Clinton inicia la carrera mejor posicionada, fundamentalmente por el rechazo que genera Trump en amplios sectores sociales y por tener una estructura de fundraising mucho más desarrollada. Pese a ello, la ductilidad de Trump para utilizar los medios, las recurrentes crisis que aquejan a Estados Unidos y el mundo y el aun extenso calendario hasta la elección prometen un final abierto.

Fuente: Bastion Digital.


Compartir: