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El peronismo post Cristina

Por Pierre Ostiguy
El kirchnerismo quisiera que la política argentina se simplificara en un conflicto entre la izquierda, nacional y popular, progresista, por un lado, y la derecha liberal y neoliberal por el otro. Pero esta mirada tiende a olvidarse de los sectores populares conservadores del interior, que están mucho más cómodos con un Urtubey (o Gioja o, por qué no, Menem) que con un Kicillof o un Sabatella. Esta derecha peronista “anti k” está buscando una modernización partidaria del peronismo.

Parafraseando el dicho, cuando el gato está ausente de la Quinta de Olivos, los ratones bailan. El Peronismo, como ocurre cada diez a quince años, está otra vez buscando su nueva identidad e, indisociable de eso, a su nuevo conductor, lo que tardará un poco más. Si esa búsqueda era una pregunta plausible en el caso de una victoria de Scioli, con la estrecha derrota de 2015 se hace absolutamente imprescindible, otra vez.

Ya en julio predecía que la sigla Frente para la Victoria (FpV) iba a perder preeminencia y que íbamos a ver a surgir nuevamente, con bastante fuerza, el olvidado y viejo (y polvoriento) PJ.  Y de modo general, decía que aun si íbamos a seguir hablando de “kirchnerismo”, la gran discusión relevante iba a ser sobre “el Peronismo”.  Ya hemos llegado. Estamos en eso. Uno puede ponerle el contenido que quiera, pero no hay duda que un nuevo ciclo se está dibujando, necesariamente, para el Peronismo.

Una primera incongruencia es que el gran bloque de ahora 83 diputados en la Cámara de Diputados y el bloque mayoritario del Senado no tienen el mismo nombre que el del partido que básicamente los componen, el PJ. Cristina Kirchner sigue siendo la líder del Frente para la Victoria, pero, citando a Capitanich, no tiene interés en el PJ. Si la relación entre el PRO, la UCR, CC y Cambiemos es clara (aun si quizás no es ideal para sus miembros), la relación política entre el FpV y el PJ no lo es – por lo menos ahora. Más aun, se está resignificando. Institucionalmente, ¿bajo qué sigla se tiene que llamar la oposición oficial? Como “fuerza política”, ¿cuántos peronismos hay ahora?

Distinguiría, para simplificar aquí a ultranza, tres grandes tendencias en este momento en el movimiento peronista. La mayoritaria es la del “peronismo que gobierna”, pejotista en el alma antes de kirchnerista, pero que vive muy bien con éste cuando hace falta. Es el Peronismo de los dirigentes que saben gobernar y supieron sobrevivir bajo Menem, De la Rúa, Néstor y Cristina. Es el peronismo que descoloca a observadores extranjeros y que recibe la ira de los autonombrados cuidadores de la “calidad de la democracia”. Es también el Peronismo de Pichetto en el Senado; del “samurái criollo” Ishii o (lo que no es igual) de hasta hace poco Hugo Curto, en las intendencias del GBA; de los “Gordos”, en el sindicalismo; etc. A su izquierda, segundo, están los herederos leales y militantes del kirchnerismo, algunos jóvenes, algunos peronistas desde siempre como Carlos Kunkel y Agustín Rossi en el Congreso o Emilio Pérsico en el movimiento social, otros desde “casi siempre” como el Chino Navarro, y otros francamente no peronistas o neófitos, como Kicilloff o Sabatella. También, con ellos, están los indefectiblemente leales a Néstor y Cristina pero que no son particularmente de izquierda, como Aníbal Fernández, Guillermo Moreno o Julio de Vido. Daniel Scioli navega como siempre entre esas dos primeras tendencias, con su estrella cada vez más atrás. Tercero y a la derecha, están los peronistas desde siempre abiertamente anti-kirchneristas, los que “salen del closet” con el gato recién ausente. Allí están las numerosas figuras históricas del peronismo disidente y las figuras nuevas, de actualidad, con J.M. Urtubey en primer lugar.

En cuanto a los “ismos”, para Puerta o el peronista bonaerense Granados, el peronismo y el kirchnerismo/ FpV son cosas muy distintas, mientras para el hijo Máximo “el FpV y el peronismo no son cosas diferentes”. Al fin del día, eso lo tendrán que decidir “en masa” los peronistas que estén en posición de gobierno. Ahí se juega la pelea, que es muchísimo más que semántica.

Dentro de ese panorama cambiante, más complejo en término de tendencias que lo que fue descripto, se juegan un sinnúmero de intrigas políticas inevitables. La “derecha” peronista, tanto la que quedó históricamente adentro del FpV y que se descubre ahora, como la que nunca fue parte del kirchnerismo, así como la que salió en 2013 con Massa, hace un fuerte canto de sirena como en Pinamar el mes pasado y como en esta primera semana de febrero para sepultar de una vez el kirchnerismo (que según Ramón Puerta “nunca fue peronismo” y que “se está desarmando, gracias a Dios”). Massa, quien sacó los pies del plato, quiere que el próximo presidente del PJ sea su socio De la Sota, del PJ cordobés, mientras Urtubey, quien se había quedado adentro, paciente, se postula a sí mismo y ocupa en estos días el centro de la escena.

Donde sin embargo se juega el futuro del peronismo es con el grueso de los peronistas clásicos que vivieron bien, y desde bien adentro, el kirchnerismo, y que todavía forman parte del bloque FpV en el Congreso. De ahí que el temor a la fuga liderada por Bossio esta semana en la Cámara de Diputados fuese mayor a 14 diputados. El candidato de consenso en esa gruesa categoría, pivota y amplia, es el sanjuanino Gioja. Pero esa fachada de unidad puede ser una manera de esconder el problema bajo la alfombra; y, por si acaso hay competencia para la presidencia del PJ, ya se anotaron Moreno y Capitanitch, de un lado, y Urtubey y De la Sota, por el otro. Detrás de la fachada pasa mucho.

Pero como bien saben los peronistas, lo que más importa no es de ningún modo quién preside el PJ, sino quién va a conducir el movimiento. No hay que confundirse. En este movimiento nacional-y-popular que se quiere a la vez pueblo y gobierno, eso lo deciden, traducido en prosaico, las encuestas, y la “capacidad de entusiasmar”. Incluso (antes de que nos olvidemos) la capacidad de crear relato –si épico, mucho mejor. Se deja a los Radicales la política chica de comité. Para conducir, Massa tiene un sinfín de enemigos, por su “traición”, así como la Cámpora, por su “sectarismo”. El proceso se resolverá “orgánicamente”, es decir, con el viento de la historia más que con el reglamentismo y la libreta.

Como proyecto (pues sin proyecto no hay peronismo que valga, aun si los proyectos cambian mucho), lo que se observa en la tendencia de los peronistas “de derecha”, anti-K, es (como en aquella época ochentera, alla lejos, en contra de los dinosaurios en aquel momento “de derecha” como Herminio) una modernización partidaria del peronismo. Ahí coinciden fuertemente Urtubey y Massa desde el FR. Este peronismo “prolijo”, “bien educado”, reglamentista, es claramente una reacción al peronismo de Aníbal Fernández y a la imagen introducida con fuerza por líderes como Carrio sobre el “narco-peronismo” patotero y fuera de la ley. Es un espejo, de hecho, a la inversa de la Renovación peronista de los ochenta (que se acercaba al progresismo alfonsinista), entonces en reacción a un “bajo” de derecha. Con Sabatella como socio de Aníbal, esta vez se busca una renovación (mas cerca del estilo triunfante de Macri), en reacción a la militancia de izquierda. Es de esperar que el peronismo no pierda su “alma” y el célebre sentimiento con esos procesos de renovación hacia lo prolijo, ya que a fin de los ochenta se recobraron ambos vía el populismo bien popular y nacional de Carlos Menem, con sus caravanas de la esperanza. Quién representaría, en este caso, esa reacción (Capitanitch no es, por como habla), no hay cómo saberlo.

El kirchnerismo (y el diario Página/12) quisiera que la política argentina se simplificara en un conflicto entre la izquierda, nacional y popular, progresista, por un lado, y la derecha liberal y neoliberal, cerca del poder socioeconómico concentrado, por el otro. Pero el espacio político argentino es más complicado, y tampoco es unidimensional. Muchos peronistas clásicos, y gran parte de la sociedad argentina también, están muy acostumbrados, para no decir muy “cómodos”, con el clivaje peronista/anti-peronista, que estructura de hecho, y a pesar de los innumerables esfuerzos de cambiar eso, la política argentina desde hace más de medio siglo, sino más. El “paginadocismo” tiende a olvidarse de los vastos sectores populares conservadores del interior, mucho más cómodos con un Urtubey (o Gioja o, por qué no, Menem) que con un Kicillof o un Sabatella. Y hay una clase media urbana, posiblemente “auto-engañada”, o no, a la que le gusta proclamarse progresista y que no tiene futuro en el gobierno empresarial de Macri. Por esas razones (ambas producto del bi-dimensionalismo), el viejo sueño de Di Tella de que el peronismo se convierta en partido social-demócrata laborista no tiene chance. Por lo espectacularmente variado que es lo nacional y popular “realmente existente” en Argentina, la lucha política para el control y la resignificación del peronismo acaba, de nuevo, de empezar. El resultado está abierto. Irónicamente, citando al intelectual faro del kirchnerismo, Ernesto Laclau, es otra vez la “lucha por la hegemonía”, en una realidad “sin sutura”.

Mientras tanto y a nivel prosaico, la lección para un líder peronista sería, por lo menos, de desconfiar de los directores de ANSES que pone, después de las experiencias consecutivas de Massa, Boudou y Bossio. En familia, las cosas quedan más seguras, como lo muestran todas las fotos del peronismo.

Fuente: Bastión Digital.


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