Juicio a la política policial

En los últimos veinte años no sólo hay más inseguridad sino que ésta se constituyó en un problema público de primera entidad. Siempre hubo delitos y violencias, pero desde fines de los años noventa la gente progresivamente comenzó a percibir la inseguridad como un problema que los afecta y que requiere la intervención del Estado para resolverlo.
Así, los gobiernos, los liderazgos y hasta la misma actividad política comenzó a ser juzgada por su capacidad de dar cuenta de esta cuestión.
Parte de ello se debe a la “democratización” del riesgo y la deslocalización del delito ocurrida. Desde el momento que el delito ya no afecta sólo a un sector particular de la sociedad y tampoco está confinado a lugares específicos, cualquiera se siente (y lo es) una víctima potencial, y –por tanto– reclama.
Esto hace que la población se preocupe por el delito.
De acuerdo a mediciones del Ipsos-Mora y Araujo, en el 2013 el 78% de la población consideró que la inseguridad era el primer, segundo o tercer problema principal a enfrentar, mientras que en 1997 sólo un tercio lo mencionaba.
Asimismo, la gente comienza a percibir riesgo en los lugares donde habita, transita o trabaja. De acuerdo a encuestas de victimización de la Ciudad de Buenos Aires, para el 68% de la población el riesgo de ser víctima de un delito es “alto” o “muy alto”.
Finalmente, el miedo invade amplios sectores de la población, siendo un poderoso (y peligroso) movilizador de personas y de colectivos, al tiempo que daña la confianza interpersonal y los lazos comunitarios, expande el pesimismo y deteriora la confianza en las instituciones.
De acuerdo al Observatorio de la Deuda Social (UCA), el 51% de los hogares de los aglomerados urbanos del país manifiestan miedo en el barrio o en la vivienda.
A pesar de la elocuencia del fenómeno, la gran mayoría de la dirigencia política tradicional actuó en estos años con la íntima convicción que este es un problema sin solución y –por tanto– sólo se puede administrar políticamente la coyuntura.
De allí el hartazgo y la movilización de la gente, por un lado, y la aparición de modernos liderazgos políticos, por otro.

Fuente: Perfil.


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